El último informe de la
Comisión Económica para
América Latina y el Caribe
–CEPAL-, describe la expansión
del estancamiento en la economía
mundial y América Latina es de
las más afectadas. En este 2019 el
promedio de crecimiento económico
de la región se calcula en 0.1 por
ciento; eso y nada es prácticamente
lo mismo. Si consideramos el
crecimiento de la población lo que
tenemos es un resultado per cápita
negativo.
Para 2020 la proyección del
organismo no es mucho mejor; el
crecimiento estimado promedio será
de 1.3 por ciento. Lo que podemos
ver con una pisca de desconfianza;
lo usual es que las estimaciones a
futuro sean optimistas y a medida
que el futuro se vuelve presente va
empeorando.
Por otra parte, América Latina no
está sola. El contexto global es de bajo
dinamismo y la región se ve afectada
por la debilidad de la demanda
externa y su impacto en reducción de
precios de los productos primarios
que constituyen las principales
exportaciones de la región.
Se calcula que en este 2019
la economía mundial ha crecido
en un 2.5 por ciento. Uno de sus
principales componentes presenta
un dato mucho peor. Entre enero y
septiembre el volumen del comercio
mundial cayó un 0.4 por ciento
comparado con el mismo periodo del
año anterior. A falta de un repunte de
último momento que no se ha dado,
el dato para todo el año es negativo.
Es algo particularmente significativo
porque el incremento del intercambio
comercial entre países ha sido el
motor del crecimiento global liderado
por las grandes corporaciones.
La proyección de la CEPAL es que
el comercio mundial crecerá en un 2.7
por ciento en 2020. Es una cifra baja
y sin embargo optimista; la misma
organización señala que presenta
esa cifra con un considerable sesgo a
la baja de prolongarse las tensiones
comerciales.
Habría que señalar que las guerras
comerciales y ahora monetarias
(devaluaciones competitivas) surgen
precisamente de un contexto en el
que se sigue elevando el potencial
productivo, derivado sobre todo
de avances tecnológicos y de
productividad, sin que en paralelo se
incremente la demanda. De hecho,
sus tres componentes, el consumo de
la población, el gasto de los gobiernos
y la inversión, se encuentran a la
baja en prácticamente toda América
Latina.
Además el consumo de la
población, que depende de sus
ingresos, se ve afectado por el
deterioro en la composición del
empleo; sube la informalidad, no
se generan empleos de calidad y
medianamente bien pagados y los
salarios están estancados. Habría que
señalar que México es una excepción
por el crecimiento reciente del salario
mínimo, si bien desde una base muy
baja.
¿Qué haría falta para crecer?
Algo que no falta, sino que sobra
en el mundo, es capital financiero que
no se traduce en inversión productiva.
A mediados de 2019 unos 17 billones
de dólares (millones de millones),
equivalentes al 20 por ciento del
Producto mundial, estaban colocados
a tasas de interés negativas. Es decir
que los inversionistas pagan porque
les guarden el dinero bancos, países,
incluso empresas, que se consideran
altamente seguras. Esto se debe a
la ausencia de oportunidades de
inversión atractivas en un mundo
que produce más de lo que se puede
vender en el mercado.
Pero otros muchos capitales van
en otra dirección. Lo que quieren son
ganancias atractivas y eso hace que se
coloquen precisamente en empresas y
países con mayores e incluso elevados
niveles de riesgo. Recordemos que
la Gran Recesión del 2008 se originó
en que millones de casas se habían
vendido con préstamos hipotecarios a
personas con empleos inseguros o de
bajo ingreso. Y ese riesgo no se había
detectado; o peor los bancos fingieron
que no existía y recolocaron la deuda
por todo el mundo. Así que cuando
estalló la crisis se expandió por todas
partes.
A lo que llegamos es que no
falta capital, no faltan trabajadores
y no faltan medios naturales que
podrían ser aprovechados de manera
sustentable. Lo que no hay es
demanda suficiente. Esta situación
se disimula parcialmente mediante
préstamos. De un lado hay capitales
dispuestos a asumir riesgos y del
otro lado gobiernos, inversionistas
y consumidores dispuestos a
endeudarse y eso crea una demanda
tramposa que substituye, por
un tiempo, a las demandas más
firmes creadas por buenos salarios,
mejores precios a los productores
agrícolas y por impuestos bien
empleados.
La predicción para México es
que este año tendrá crecimiento
cero y el año que entra podría no
ser mejor. Esto dificulta elevar el
bienestar de los sectores sociales
en peores condiciones porque solo
se podrá dar a costa de quitarles a
otros y eso aumenta las tensiones
internas. En otras regiones de
América Latina la revuelta social
es el orden del día; como recién
ocurrió en Chile. Aquí no porque
en gran medida el nuevo régimen
ha suscitado grandes esperanzas;
que deberá cumplir.
No puede esperarse que sea
el mercado el que atienda las
expectativas de mejora de la
población. A nivel global e interno
el mercado no está conectando a los
factores de la producción existentes;
capitales en busca de oportunidades
de inversión, población dispuesta a
trabajar y otros recursos disponibles.
Deberá ser el gobierno el que
los conecte impulsando el buen
funcionamiento del mercado.
Una condición para poder
hacerlo es seguir el consejo de la
CEPAL de elevar la captación fiscal
mejorando la progresividad de la
estructura tributaria, fortaleciendo
los impuestos a la renta personal
y a la propiedad. Hay que captar
con impuestos una porción de
los capitales improductivos para
generar dinamismo y oportunidades
de inversión para otros capitales
y esto no basta. Hay que proteger
la producción interna y generar
espacios de inversión substituyendo
importaciones. Hay que elevar los
ingresos y fortalecer la demanda
de la población asegurando que se
conecte a la producción interna.
Hay mucho por hacer si
queremos superar con éxito una
etapa que se ve poco promisoria.




