Era difícil no encontrar objetos. O toparse con ellos y cerrar los ojos. Ahora que nadie quería ver las cosas era complicado distraerse para simular su inexistencia. Era difícil no tocar uno de ellos en momentos en que estaba prohibido conservar un objeto. Ser el dueño de algo era un riesgo para quienes anduvieran por la calle.
Quien veía un objeto tenía la obligación de denunciarlo para que fuera sustraído de inmediato, y eran sustituidos tanto el objeto como el sujeto. Alguien desde las sombras hacía que el objeto desapareciera de repente en el pozo dquienes no vieron nada. Y quien sobrevivía, hacía como si no había visto nada.
Muchas veces se trataba de gente o de objetos que ya no existían. Pero el sólo rumor de su existencia movilizaba a un grupo de personal especializado, hasta cerciorarse de que había sido falsa alarma, que no había ningún rastro, o que los objetos habían sido completamente eliminados.
Si preguntabas por un objeto, que si no habían visto una esquina del clip, un pedazo de agua, una orilla de papel sanitario; cualquiera de tus conciudadanos te podía responder que esos objetos nunca habían existido, y te preguntarían que si se trataba de alguna bebida. Y sí les decías que no, ya no los volvías a ver en tu vida. Desaparecían.
Con el tiempo fuimos notando que los objetos por sí mismos desaparecían. A veces lo hacían repentinamente, otras porque duraban por muchos días varados en una esquina, como barcos abandonados en un puerta sin agua.
A muchos objetos los vi disolverse ante mi mirada, otros escaparon de mis dedos y por poco me jalan, pero eso es imposible, algunos de ellos tienen más o menos apego. Pero uno busca sanar y ellos también se van deshaciendo de uno. Cuando uno pierde un objeto, ellos también lo pierden a uno.
De aquella vieja idea minimalista del diseño pop habíamos pasado a esto, primero desaparecieron los floreros de los pasillos que ahora reflejaban el sol completo como si fuera un día entero. Y luego desaparecieron los pasillos, por poco desaparecía el día completo.
Del puño de la mano desaparecen algunos objetos como si fuese obra de un mago. Empezó como un juego de niños en un recreo en un festival de fin de año. Debe de haber sido un mago de esos estrafalarios, un mago pobre. Por supuesto arriba de un foro construido con madera de pino navideño.
En la ciudad las cosas no están para menos, lo primero que desapareció fue el billete. El alcalde había reducido su presupuesto gracias a estas ideas también de reducir los objetos para ampliar los espacios, pero los espacios sin embargo también se fueron reduciendo, con el tiempo también se redujo el tiempo de los alcaldes.
En las antiguas comisarías los robos simples eran clasificados como excelentes a según hubiesen sido. Se trataba de reducir el número de cosas a la más mínima potencia. Los mismos elefantes que se habían estado balanceando en la tela de una araña, se fueron bajando de uno por uno hasta que no quedó ninguno, ni la misma telaraña, ni la araña, ni uno mismo. Ni este relato que estoy contando.
Aprovechando el boleto de desapariciones, algunos compañeros también aprovecharon para desaparecer, lo habían soñado desde que nacieron y también desde que no pudieron pagar su deuda con el banco. Otros que no lo habían soñado también desaparecieron pero se fueron porque quisieron.
Los pocos que nos quedamos somos los mejores. También somos los más pobres. Y sólo porque eso mismo dicen los que se fueron, hemos pensado retarlos a un partido de fútbol llanero, entre las piedras que quedan o en un agujero. Antes de que desaparezcan también los agujeros negros.
En esos días comenzaron a salir las sombras y las humedades y se apoderaron de las paredes y los pisos, las cortinas, las persianas, y se llevaron muchas cosas que no se habían ido antes de la ciudad. Como antes se habían ido los carros, las bolsas de las señoras de los estacionamientos, algunas ilusiones, los corazones rotos, algunos corazones muy viejitos se habían ido también, entre cosas que nadie quería que se fueran.
Fue por esos días que me llevaron a mí, o me trajeron más bien, aquí a donde estoy. Donde hora les he dicho a todos que vengo del mundo que desapareció. Pero no me creen, un loco no puede decir a otro que está loco. Sería el colmo de Estocolmo. Me queda muy claro que los locos son los únicos que no desaparecieron junto conmigo.
Y yo pues por más que usted se oponga o quiera creer lo contrario, claro que estoy cuerdo. Y ahora que me acuerdo quiero que me regresen todas las cosas que desaparecieron. Como mi espejo, mi peine, mi silla eléctrica, mi cama, mi mesa, mi vieja, mi abajo de la mesa.
Les digo que también quiero mi escusado, mis pies descalzos, mis pasos por la casa, mis oídos escuchando el rechinar de las puertas, a ver si es cierto que existen.
Pero alguien me grita desde la puerta: “usted no traía nada señor, usted venía desnudo”… y es cierto, al fin y al cabo que estoy loco y esto es el manicomio. Mi último reducto. Espero no desaparezcan también los manicomios. Es el único sitio donde se siente uno gusto.
HASTA PRONTO.