Ciudad, tu tarde es una ventana por donde se ve la sierra madre oriental cuando el sol se mete. Tu calle es el desgaste de mis zapatos, las calles que dejaron sus huellas en mis suelas, los agujeros insospechados, las pequeñísimas piedras, los ríos donde beben agua las hormigas.
Por tu cuerpo sube y baja una calle al mismo tiempo. Con tu paso incesante de gente, vas seduciendo a los espejos durante el rojo de los semáforos.
Ciudad, tienes alma de mujer que mira al valle en su nostalgia de océano. Los victorenses debimos haber nacido peces en la orilla de la costa del seno mexicano. A lo mejor somos peces sin escamas, enredados en las cuadras y en las manzanas.
Tu esencia escapa por los poros en suaves aromas Por eso eres la residencia de las flores. Y eres la abeja en los azares de un naranjal, la risa todo el tiempo, el sueño de un hombre durmiendo.
Señora ilustrada que barre una banqueta, usted también es mi ciudad y también la banqueta que barre, también la escoba, quien tira la basura y quien la recoge.
Cada que llueve naces de nuevo, se limpia tu cabello en los árboles espectaculares y en los cristales de los ojos brillas con tus noches plagadas de estrellas.
Aquí de pronto pasa el tren y una nube juntos cual viejos visitantes en la escala del aire. La gente ya sabe por dónde pasar, en cuáles calles no hay baches. En las colonias populares hay gente que sabe andar con los ojos cerrados como ingenuos durmientes, entonces la calle a propósito sigue a oscuras cuando ellos los abren. Y por si las moscas, tienen un perro que los sigue a todas partes.
Las plazas aprovechan para convocar a los pájaros a un concurso de canto, entre silencios muy largos y suspiros muy cortos de los enamorados. Abajo, en otro concurso, los enamorados se miran a los ojos para ver quién de los dos es el traidor que baja la mirada primero.
Tu gente es ese hombre con su mujer y un niño y otro de brazos, caminando rumbo al centro de la ciudad y el antiguo mercado. En su camino van encontrando a otros que vienen ya de regreso, aquí todavía se buscan los ojos y se saludan de mano. Aquí todavía se pregunta por ese, por aquella que pasa, que parecen extraños en los últimos vecindarios.
Hasta no hace mucho tiempo los vendedores ambulantes se conocían todos, ahora ya lucen más dispersos, están por todos los extremos. La ciudad tiene eso de solidaria para quienes buscan sobrevivir, también para quienes van y compran ahí. A veces la vida es un juego y la ciudad es un tablero.
Te hemos visto crecer en la palma de la mano. Entre los dedos creció el número de objetos, de monumentos y de carros, de marcas, de centros comerciales, de anuncios espectaculares, cables, talleres, restaurantes, hoteles, edificios y panteones municipales.
Pero también hay cuevas de lobos, sitios humedecidos en los oídos, sombras en los ojos que vieron lo prohibido; existe la alegría, el llanto y la risa acallados por el paso del olvido, como el río San Marcos, seco durante una gran parte del año.
Cuando oscurece se escuchan pasos firmes cuando alguien va llegando a su casa. Un gato se asoma adentro de una vivienda, ve que no han abierto la ventana por donde pasa y se queda fuera en el tejado, acechando nocherniego cualquier ruido en medio del silencio.
En ese breve esenario, la ciudad también es un espejo y una ventana, desde los ojos de un gato que salta sobre un tablero.
HASTA PRONTO.