Cierta vez vinieron unas bailarinas del cabaret “Tropicana” de Cuba, eran unas mujeres espectaculares.
Como ocurría en aquel consejo de cultura para el que trabajé, aprovechamos la presencia de las artistas para invitarlas a las escuelas y que promocionaran su espectáculo.
Coincidentemente, por alguna razón, varios de los que ahí estábamos cuando vimos las fotos empezamos a pujar para acompañarlas, para ir por ellas, para estar en los lugares donde ellas estuvieran.
Por suerte me tocó a mí llevarlas por un recorrido a algunos lugares y publicitar su obra. Era un espectáculo esplendoroso que un día después se presentaría en el teatro de la ciudad. Yo me encargué con tres de ellas -que se escogieron entre las más bonitas- a recorrer algunas escuelas de educación media-superior. Que hablaran algo de su cultura y que ellas mismas se expresaran, situación en donde hasta la forma de hablar y de caminar son cultura.
Eran por supuesto las mujeres más hábiles para la palabra, cosa que se les facilita a las cubanas. Antes de llegar a la institución las llevé para hacer un recorrido por los suburbios de Victoria. Que vieran el hervor donde se cuece nuestro sistema político.
Así que en la noche anterior había soñado con aprender más de los cubanos, conocer su realidad de sus propios labios. Pero también me había ilusionado en conocer a una de ellas, como todo soltero que se precisa, un hombre necesitado de afecto y cariño extranjero.
No mi hermano, ya tú sabes, yo por verlas casi no podía hablar con ellas, ni de los suburbios, ni ellas los vieron creo. Y eso que ya habíamos pasado por la Linda vista, por la Liberal y por la Colonia Azteca. Ellas iban concentradas conmigo.
No sé qué tantas palabras me dijeron, a mí ya se me olvidaron. Yo lo que recuerdo son los ojos verdes de la que iba a mi lado y luego la que iba atrás de mí también güera atractiva de ojos negros y la morena no tan morena, morena pero también de ojos verdes. Y me pareció que iba yo en las nubes en lugar de un vocho del 89.
Por un momento pensé en todo lo que se dice de las cubanas, puras cosas buenas, son intelectuales, están preparadas y eso me inhibía un poco al tocar ciertos temas. Pensé que no podría invitarles unos tamales.
Al rato me di cuenta que no era para tanto. Pues como soy muy facilito iba hablando como ellas, con el mismo acento. hablándoles como si todo lo que les dijera fuese cierto, como si yo conociera a Guanabacoa o Pinar del Río, un pueblo de esos. Y pienso que ellas hicieron lo mismo conmigo en todo el trayecto.
En aquel entonces yo no pude defender al capitalismo ni lo defiendo ahora. Me consuela que ellos tampoco hicieron nada por defender su socialismo mientras circulamos por las calles llenas de pobreza. Yo que soy de izquierda tampoco me hice más de izquierda.
Antes de eso, totalmente equivocado, había desenredado de mi mente toda la telaraña socialista para conversar con ellas y desde esa ingenua posición poder tener un acercamiento, caerles bien, ser más guapo y tal vez lograr una amistad o ir más allá por qué no. En aquel entonces yo era muy joven. Lo haría ahora que no lo soy tanto.
En la entrada de la escuela escuchamos la voz de la encargada de cultura del cbtis que arengaba a los estudiantes que estaban en el patio, para que se reunieran y anunciarles que dentro de unos momentos iban a estar en sus salones de clase las chicas del Tropicana.
Al rato los jóvenes comenzaron a reunirse en el periódico mural donde habíamos pegado un póster con las mujeres mostrando su talento insular.
Yo hubiera querido contarles otra historia a los amigos que después me preguntaron llenos de curiosidad “cómo me había ido”. Y hubiera querido decirles algo que valiera como para que, llenos de envidia, las recordaran todas las noches como yo las recuerdo. Entonces les inventé otra historia muy diferente a ésta. Siendo esta la verdadera. Sin embargo a todos les dije que nos habíamos ido de fiesta. Años después yo mismo me creo esa farsa.
Cuando salimos de la escuela, noté que los posters ya no estaban en el periódico mural donde los habíamos pegado. Recordé que eran los últimos. Alguien me los ganó, los muchachos ya los habían arrancado. Ni modo, me hubieran servido para documentar que alguna vez anduve con las mejores bailarinas del mundo.
HASTA PRONTO.