Esta es la cueva y lo que puede
verse a primera mano: el
cenicero que domina mi vista y
mis ansias, los lentes empañados que
nublan esta historia. La cuento con la
voz reseca, pasada por el trajín de los
años y los cigarros.
Además en el piso puse una cubeta
y un bote que se hacen música ante dos
inmensas goteras corredizas. Afuera no
cesa de llover y hace un momento pensé
que era yo el que estaba llorando.
No se me dificulta contar historias.
Yo me acuerdo de todas las personas
que me acompañaron o que me han
acompañado por temporadas. Recuerdo
la ropa que traían y cómo fueron
cambiando con los años.
De la infancia recuerdo a mi amigo
Ricardo que era con el que me juntaba,
pues compartíamos el mismo patio en
el 10 Abasolo. Había tendederos, dos
patos bien bravos, cuadros de bicicletas
oxidadas y una enorme cancha de
fútbol de algunos 8 metros cuadrados.
Ese era todo el precipicio donde
jugábamos. Ricardo tenía una hermana
y cuando no la veían me hacía gestos
y me correteaba porque quería darme
besos. Pero en dos años crecí más que
ella, y años más tarde se puso bien
buena y se me anduvo escondiendo.
Todos los niños sabíamos en aquel
entonces que si trepabas a una guayaba
te podías asomar a la ventana de un
baño y ver lo que adentro ocurriera.
Muchas veces te asomabas y no había
nadie. De pronto te asomabas y alguien
te jalaba de los pelos, según tú nadie
te miraba, pero ahora ya viejo la gente
lo sigue recordando, sobre todas las
mujeres que estaban adentro.
Frente a la casa de Ricardo vivía
Vicente, un niño cuyo padre nos deja
ver la tele. El papá de Vicente trabajaba
en un banco y la tele era una de las
pocas televisiones que había en el
pueblo. Justo a las 8 comenzaba la
transmisión del Chavo del 8 por el
Canal 8. Y desde ahí sentados en el
piso olimos los huevos con chorizo,
los frijoles capeados que la señora les
hacía a los muchachos. Ahi en el 10
carrera y Abasolo, el terreno aledaño
era un taller mecánico y por otro lado
había un taller de bicicletas que daba
a la calle Abasolo, del señor Gabino.
En el 10 Carrera, en contra esquina
estaba la llantera Goodyear oxo que
duró muchos años hasta que cambió
de nombre. A la otra cuadra estuvo
un tiempo la zapatería Canadá donde
un día vendieron zapatos con tacones
acampanados. También cerca estaba la
tortillería Gloria que fue la primera que
repartió tortillas en los negocios.
Dicen que en el barrio donde hay
un perro bravo el resto de perros por
motivos de subsistencia se vuelven
también muy bravos, en ese barrio se
hicieron bravos los perros y también los
chiquillos. Entonces muy seguido nos
agarramos a trancazos. De allá son mis
labios partidos. De aquellos días tengo
una cicatriz en la frente que me hice yo
solo porque prometí no delatar a nadie.
Nos hicimos grandes muy pronto
porque salíamos a vender chicles y periódicos
a los cines o a la terminal de los
autobuses Flecha Roja, ubicada donde
ahora es una universidad privada en el
10 Allende. Eso explica por qué ahora
ya grandes somos como niños que jugamos
con el recuerdo en los patios de
la memoria donde todavía cuelga esta
historia. Afuera del bar “La orquídea”
del 10 Abasolo, todavía se escucha el
canto deletreado de “Tarura” con su
tambor de Hojalata. Y el viento trae
de nuevo a aquellos que llegaron de
Magueyes, con sus abuelos y todo, y se
hicieron ricos en 2 años trabajando con
empeño en los camiones recolectores
de basura. No sé cuánto dinero tendrían,
pero para mí que eran ricos pues
les alcanzaba para comprarle juguetes
a los niños. En el patio coincidíamos
con la familia pequeña de un abogado
que tenía ahí a su quién vive y que nos
corrió a cintarazos de la puerta donde
estábamos escuchando todo.
Lo más terrible fue cuando nos
avisaron que teníamos que desalojar
la casa porque iban a abrir una tienda
muy grande. Fue fácil sacarnos a
quienes éramos ahí los pobres, pero
no pudieron hacerlo con la farmacia
“El Fénix” que duró muchos años en
la esquina del nueve Abasolo, sin que
pudiesen abrir la tienda porque ellos se
defendieron. Sin embargo el tiempo y
un juicio mercantil hicieron su trabajo.
A partir de ahí mi familia rentó casas
inolvidables. Casas pequeñas con
techos de lámina o con patios grandes
con mangos y aguacates. Nos subimos
al tren que daba vueltas a la ciudad con
gente que empezaba a llegar de los
municipios cercanos. Comenzamos a
ser ciudad moderna con la instalación
de semáforos, los primeros que hubo
en el 8 Hidalgo. Tal vez hubo otros primero,
pero el que yo recuerdo es este.
Aquel viaje me llevó a conocer a
todo el mundo. Yo ahora lo guardo en
un puño. Y no sé si se bajarían del tren
los demás compañeros. Algunos cuyos
padres eran ricos ganaderos o tenían
ranchos y compraron casa, otros se
fueron al Infonavit, al Fovissste, a las
casas de interés social donde ahora
recordarán esto que escribo.