“El análisis revuelve lo que pasa en la calle, transporte público o un parque, con lo que sucede en la carretera virtual, metiendo en un mismo conteo los piropos groseros, manoseos y arrimones callejeros”
Por vez primera el INEGI preguntó sobre el acoso callejero y violencia sexual en espacios públicos, el estudio del último semestre del 2019 refleja que más del 27 por ciento de las mujeres mayores de 18 años reporta una agresión de este tipo en espacios físicos y digitales. La Encuesta Nacional Sobre Seguridad Urbana colocó en el último capítulo del cuestionario algunas preguntas para conocer la incidencia de estos delitos.
El análisis revuelve lo que pasa en la calle, transporte público o un parque, con lo que sucede en la carretera virtual, metiendo en un mismo conteo los piropos groseros, manoseos y arrimones callejeros, con los mensajes o publicaciones con insinuaciones sexuales en Facebook, Twitter o Whatsapp. Por tanto a primera vista pareciera que el delito del acoso sucede más en los espacios públicos que en la privacidad que da la red. Y es que la ambigüedad se presta a malas interpretaciones y no da luz clara en el camino de las cifras para documentar estos delitos.
Sin embargo se reconoce que a partir de los reclamos de los colectivos feministas por los derechos humanos de las mujeres es que se empieza a tomar en cuenta los datos estadísticos para mejorar los entornos sociales urbanos y digitales. La herramienta que visibiliza la situación actual de los mexicanos respecto a la percepción de inseguridad es útil, pero en este primer ejercicio con perspectiva de género aún quedan huecos informativos por llenar.
El acoso, es una violación a los derechos humanos de la mujer que se da en condición desigual, cuando ella es abordada solo por su condición de género, el acosador es un hombre que se siente con derecho a hacerle insinuaciones sexuales, a decirle lo que gusta o no de ella, de su físico o vestimenta y están tan normalizadas estas actitudes que tanto en hombres como en mujeres se confunden con piropos. La mujer debe aprender a soportar esta conducta machista o a defenderse sola. Y casi nunca denuncia.
A los doce años de edad quedó en mi memoria el primer acoso callejero que me propinó un hombre maduro a bordo de su bicicleta, tocamientos y voces altisonantes permanecen marcadas como huellas perennes de impotencia, y recientemente hace apenas unos cuantos meses se me recreo la escena, distinto hombre, distinta calle, mismo modos operandi. Estas experiencias se cuentan por miles, en las pláticas entre mujeres la constante es la queja por la falta de seguridad al andar en cualquier espacio público. En otros datos, organismos gubernamentales y asociaciones civiles reportan que más del 40 por ciento de las mujeres en México en algún momento de su vida ha sido objeto de acoso sexual, en cualquier entorno.
En el laberinto de las redes sociales el acoso es igual de ofensivo, aunque no hay contacto físico y se ejecuta casi siempre por algún conocido o cercano, es un tipo de violencia sobre el que apenas se legisla y existen pocas estadísticas, como en muchos casos, las víctimas no denuncian o no se asumen siquiera como víctimas, de ahí que sea difícil que conozcamos realmente la problemática del contexto.
En ambos casos, el acoso se da tanto en poblaciones urbanas como rurales y como cualquier otro tipo de violencia contra las mujeres y niñas este merma el desarrollo integral de la mujer en entornos sociales, educativos y económicos, de ahí el llamado de la ONU para que las naciones adecuen las políticas públicas que nos provean de espacios seguros y sostenibles, en la calle y en la red.