“Antes que pintura, el cuadro es una evocación de los dioses que se asoman curiosos a ver al extraño sujeto vuelto paleta, mezcla nube con el verde de los árboles”
Los colores un día se ven, se juntan y van formando una familia. Luego sus hijos crecen y forman a la vez su propia familia, así la vida continúa, llenando todos los espacios de colores.
Los colores son pájaros que vuelan y hacen rayas en el cielo. En la mano del pintor viene una rama de árbol donde el pájaro canta. La pintura es matiz sobre todo, pero abajo el dibuo es el esqueleto de los músculos.
Antes que pintura, el cuadro es una evocación de los dioses que se asoman curiosos a ver al extraño sujeto vuelto paleta, mezcla nube con el verde de los árboles.
El primer brochazo es el último porque el pintor ya no se detuvo. No supo qué pasó en el inter, qué soñó, cuál fue el viaje. Cuando el pintor sale del cuadro, en realidad no fácil sale, permanece adentro para explicar y continuar su pintura interminable.
Todo artista trae un solo cuadro que pervierte. Trabaja por la noche para que no lo vean que se quedó viendo por horas y horas. Quiso irse de ahí muchas veces aprovechando la acogedora suavidad de los colores tenues, el sigilo atrás del negro como un gato agazapado. Tendría que salir de allí de esa manera, huyendo, pues nadie le dirá cuando el cuadro esté concluido.
Todo artista trae un soplo. Sin embargo trabaja con lo otro, con lo que queda de un almuerzo. Está en el trance en el cual no sabe si pinta un cuadro o pinta su paleta indiscreta. Ambas cosas.
Por el cuadro pasa el tiempo del maestro, los periodos alegres y tristes, violetas y grises, barrocos y clásicos. Pasa la textura lisa para la inconformidad de los críticos, pasa el cielo sin una gota de agua, pasan los colores ciegos que cuando les da el sol sufren la metamorfosis de kafka.
Los colores ven al sujeto gesticular, ir y venir con un ojo cerrado, bizquear, agarrarlos descuidados. El pintor se vuelve bueno, se vuelve santo; también una amenaza y un monstruo al mismo tiempo. El punto de fuga es el orificio por dónde se van los más débiles. Y sin embargo sus huellas no son borradas por los por los brochazos más fuertes.
Atrás de la perspectiva se esconde el otro pueblo, el ignorado, la minoría que se quedó en los dedos. Las paredes fueron pintadas para darle otra apariencia a las calles. Entonces el cuadro desde su punto de luz enciende una lámpara y gobierna la noche.
El pintor es el abstracto. Las mangas arremangadas ya pintaron a kandinsky, de su cielo brotan nubes, cabras y muñecos, muñecas que vuelan en el espacio único que Chagal hizo para ellos.
Los pintores pintan un mismo cuadro. Cuando amanece los colores marcan la diferencia y escogen las manos, las más suaves, las más humedecidas o las más secas según la estación del año, según el cacumen, la fuerza, el poder o la humilde derrota.
La historia del cuadro es una historia de frustraciónes igual que la de quién lo pinta. Pero la historia se olvida
Lo que vende es lo que puedes ver ahorita y a veces nadie lo paga. Nadie sabe que el pintor pudo haberse muerto mientras lo hacía. De hecho cayó en un pozo.
Alrededor del cuadro se han reunido las personas que vinieron a ver otro cuadro. El pintor les dice que ese cuadro no es el que están viendo. Y en la noche de gala estalla. Los colores son muy serios ante la llegada de los espectadores. Llaman la atención los colores más inesperados, los más íntimos, los más descascarados.
Uno de tantos sustrae un cuadro y se lo lleva en su memoria. Pagan sin dinero los ojos que saben aprecialos. Los niños con sus ojos ingenuos entran gratis a un cuadro clásico o contemporáneo, para ellos es lo mismo.
Todo el tiempo se nota el predominio del matiz hasta que alguien apaga la luz. Los colores, sin despedirse, poco a poco se marchan.
Cuando amanece, el artista sigue agazapado en su calidad de gato pardo. De lejos ve cómo los colores recorren las paredes de su extraña ciudad y de nuevo se juntan.
HASTA PRONTO.