No hay mejor ensayo a citar
en estos tiempos que La
economía presidencial,
de Gabriel Zaid, publicado
inicialmente en 1987. Y vaya
para los que no admiten la
crítica la siguiente aclaración:
en la introducción de la más
reciente edición, el autor destaca
que “hay quienes hablan con
nostalgia de los viejos tiempos
del PRI. Olvidan los desastres del
poder arbitrario, los bandazos
sexenales que llevaron a México
de tumbo en tumbo”. Se refiere
no sólo a los presidentes Luis
Echeverría (1970-1976) y José
López Portillo (1976-1982),
quienes “tomaron el control
personal de la economía
mexicana para acelerar su
desarrollo, y la descarrilaron”,
sino también a “los tres sexenios
neoliberales (1982-2000), que es
preferible llamar programadores
porque la autocracia no es
liberal” y que “resultaron un
fiasco”.
El propósito central del
libro es mostrar el ineludible
fracaso de lo que Zaid llama la
economía presidencial y que
define como “la integración de las
finanzas públicas y privadas a las
arbitrariedades del Presidente” o,
más sencillamente, como el hecho
de que la economía se maneja
desde los Pinos (ahora Palacio
Nacional). Para él, desde mayo
de 1973, la economía “se maneja
desde Los Pinos”. Así fue, y así nos
fue.
Al menos tendencialmente,
emergen válidas las ideas y
conclusiones de Zaid para lo
que llevamos de la presente
administración:
“El desastre económico
acumulado no tuvo como
origen los genes supuestamente
ineptos, perezosos y corruptos
de los mexicanos. Tampoco
la adversidad, ni la maldad
extranjera. Se fue gestando por
una solución política que se volvió
un problema económico”.
“La economía se volvió más
presidencial que nunca: a través
de una maraña burocrática
que no deja libre más que al
Presidente y encadena a todos
los demás, a través de eslabones
interconectados que sirven para
que se estorben unos a otros y
vivan en total dependencia” (en
este pasaje se refería a Miguel de
la Madrid). “Nuestros presidentes
asumen toda clase de funciones.
Desde el papel de símbolos patrios,
que en otros países desempeña una
familia real, hasta las funciones
de cocina que desempeña el
dueño absoluto de una pequeña
empresa. Curiosamente, mientras
las grandes empresas, émulas
del Estado, sueñan con estar
presididas por algo así como un
estadista que marque rumbos,
pero no se meta en las decisiones
operacionales, los últimos
presidentes mexicanos han subido
hasta la presidencia el control de la
cocina”.
“Lo importante es que los
servidores públicos saben que
el nombramiento no se gana
dándole buen servicio al público.
Se gana estando bien con el que
reparte”. “Eso le cuesta más al
país que las teóricas ventajas de
unificar todas las riendas bajo
la presidencia. No sólo porque
una presidencia cargada de
riendas múltiples, detalladas
y contradictorias se convierte
en menos: en una especie de
supersecretaría. Sino porque todo
se distorsiona, se despilfarra y se
vuelve contraproducente cuando
los servicios y poderes públicos
no dependen de la aprobación
pública, sino de la aprobación
privada del supremo dador”.
“El deterioro de la economía
en los últimos sexenios se debe
esencialmente a su dependencia
extrema de la voluntad de un
solo hombre. En la economía
presidencial, todo sube a su nivel
de incompetencia”.
“Las inversiones resultaron
deficitarias. Y la peor desgracia
no fue ésa, sino que detrás tenían
a uno de los grupos industriales
más poderosos del planeta: el
Grupo Industrial Los Pinos, para
el cual la defensa de una inversión
improductiva sube a defensa de
la soberanía nacional. En vez de
liquidar las operaciones fallidas, se
multiplicaron”.
“Si ellos mismos y por su propia
voluntad no dejan las riendas
económicas a otros, si rompen
todas las autonomías económicas,
interconectan todos los recursos y
se llevan todo a Los Pinos, dentro
del país no hay quien los pare. Por
lo mismo, no paran hasta agotar
los recursos internos y llegar al
límite externo”. “Se trata de un
error. En primer lugar, porque un
sistema que sólo puede funcionar
con santos infalibles, que nunca
abusen y nunca se equivoquen,
no es un buen sistema. Y, además,
porque concentrar todos los
recursos bajo una sola voluntad,
aunque sea la mejor voluntad del
mundo, resulta improductivo”.
Y, para terminar, “hoy como
entonces hay un reparto del queso
… por un jefe sexenal … y supremo
dador. Los recursos del país se
concentran “bajo la voluntad de un
solo hombre”.
Así es y así nos irá.