Nunca el mundo se había
encontrado en una situación
como la actual: un imperio
estadunidense en decadencia, un
habitante de la Casa Blanca en modo
Nerón, una Europa sin pensamiento
estratégico y tres potencias sin
capacidad para generar una nueva
correlación de fuerzas de poder.
Dentro de los EE. UU. los equilibrios
están desequilibrados: los
demócratas están enredados en sus
propias contradicciones, el imperio
del capitalismo podría tener como
candidato demócrata a un socialista
multimillonario sin ninguna idea contra
Wall Street, la todopoderosa líder
demócrata en la cámara de representantes
acumula burlas de Trump
sin que nadie salga en su defensa y
a tuitazos mantiene Trump a raya a
adversarios.
El impeachment fue un fracaso
desde su origen, con Pelosi peleando
contra sombras intangibles, aún
invocando pérdida de poder presidencial
imperial que pudiera destruir
el modelo estadunidense de gobierno,
sin entender que el poder de la Casa
Blanca es del presidente y que los
demócratas tibios redujeron dominación
mundial.
Trump entró en el tiempo político
de la lección presidencial de noviembre
de este año con la capacidad de
iniciativa. Los demócratas carecen de
liderazgo, el puntero en las encuestas
es el exvicepresidente Joe Biden a
quien ni su jefe Barack Obama le ha
dado su voto porque no le reconoce
nivel presidencial. La primera votación
estatal de las internas –caucus–
en Iowa fue un fracaso organizativo
que dejó el mensaje de que Trump
tendría vía libre para la reelección.
El escenario mundial muestra una
carencia de líderes y opciones: China
tiene poder comercial, pero no militar
ni monetario; Rusia distrae con presencia
en Iberoamérica, pero su juego
de poder es en Europa, Irán sueña con
ser potencia sin ejército, sin moneda
y con petróleo, pero el poder nuclear
atemoriza más a aliados que a Washington.
La Unión Europea vio estallar
un torpedo inglés debajo de la línea
de flotación y tardará en recuperar
equilibrio de la nave.
Trump es un personaje singular.
Los líderes del mundo se burlan de él,
los medios lo destruyen, sociedades
enteras lo odian, la mitad de los estadunidenses
lo detesta y él sigue como
si nada ocurriera, cambiando sentidos
políticos con un tuit. Pelosi quiso
ser la estratega de la destrucción de
Trump, pero a la vuelta de la rueda
de la política ella quedó atropellada
por las patas de los caballos trumpistas
a galope. El impeachment derivó
en una de las mejores campañas
gratuitas de demócratas a favor de un
candidato republicano.
El sector liberal sigue sin entender
la lógica de la relación de Trump y su
estilo con sectores estadunidenses
medios y bajos. Ahora mismo organizaciones
de migrantes mexicanos, los
más afectados con las acusaciones y
señalamientos de Trump, ya le dieron
su apoyo porque Trump aparece
como el camino para la regulación de
presencias sin papeles. El deseo de
millones de hispanos no es votar por
la democracia, sino por una incorporación
al sistema de vida estadunidense.
Trump representa la figura del
triunfador, del empresario anti Estado,
del enemigo de los burócratas,
del gobierno que deja la economía al
sector privado, del defensor del derecho
del estadunidense a defenderse
por sí mismo con armas y no limita la
Segunda Enmienda que dejaría todo
el poder policiaco al Estado. En tanto
que los demócratas quieren construir
un Estado populista; la propuesta del
multimillonario socialista Sanders
quiere crear un sector social médico
del Estado y con ello una nueva burocracia,
cuando la salida sería mayor
control de las empresas de seguro
médicos.
Los liberales siguen sin entender
las razones del voto conservador por
Trump después de dos votos al liberal
Obama. El salto de una posición
progresista a una reaccionaria aportó
datos de fondo sobre el pensamiento
político, social y electoral de los
estadunidenses. La derrota de Hillary
Clinton no fue por su perfil liberal,
sino por no entender el estado de
ánimo de los estadunidenses después
de dos gobiernos sin resultados sociales
de Obama. Los afroamericanos,
los hispanos y los pobres se quedaron
esperando reformas sociales de
fondo y sólo recibieron esas posturas
arrogantes de Obama, un Obama
que gobernó mirándose en su propio
espejo.
Los medios combatieron a Trump
desde la trinchera ideológica y no
de la eficacia de gobierno. Se la han
pasado enumerando las mentiras
de Trump, pero sin reconocer que
todos los presidentes en los EE. UU.
se mantienen por la mentira. El 19 de
enero el The New York Times apoyó
en un editorial las precandidaturas de
las senadoras Elizabeth Warren y Amy
Klobuchar, desde el criterio de que
“algunos en el partido ven al presidente
Trump como una aberración y
creen que es posible el retorno a un
Estados Unidos más sensato. Luego
están los que creen que el presidente
Trump fue el producto de sistemas
políticos y económicos tan podridos
que deben ser reemplazados”.