Encuentro una regularidad en
el potente discurso de López
Obrador. Es una regularidad
moral que puede ser digna de
aplauso en el comportamiento individual
de una persona, pero que no
es el mejor atributo en el ejercicio
del poder, porque la moral pertenece
a la esfera de lo individual.
He afirmado en otras ocasiones
que la única moral pública es y
debe ser la ley. Si mis creencias o mi
juicio no me permiten interrumpir
el embarazo y me parece inmoral
hacerlo no debo practicarlo. Si en
cambio, la ley lo permite, no puedo
obligar a alguien a que no lo haga.
Lo mismo ocurre con la mariguana o
con la eutanasia. Todos, derechos en
los que creo porque no obligan a las
personas a adoptarlos, pero sí amplían
los derechos fundamentales y
habilitan el ejercicio de la libertad.
No hay persona más obligada
a que la ley –convertida en moral
pública– sea su principal carta de
navegación que quien ejerce el
poder, y no hay poder mayor que
el que ejerce el Presidente de la
República.
Esto viene a cuento porque la
regularidad moral parece privar no
sólo en el discurso de López Obrador,
sino en el diseño y operación de
sus políticas públicas.
En tres de los grandes problemas
nacionales la apelación a la moral es
continua y sistemática. El asunto es
que las políticas no son de carácter
moral, sino de diagnósticos, objetivos
y estrategia para fomentar o
inhibir ciertas conductas.
SEGURIDAD. Abrazos, no balazos,
es la recomendación. Por ahí
no vamos a ningún lado. No hay una
estrategia de seguridad discernible y
distinta a la que se vio en el pasado.
La estrategia de seguridad sigue
los mismos parámetros que en las
últimas administraciones y, habida
cuenta de las exigencias de los Estados
Unidos, seguirá.
CORRUPCIÓN. “Se va a purificar
la vida pública de México”. “Predico
con el ejemplo”. “Si yo no robo los
demás no lo harán”. “Nuestro pueblo
tiene mucha cultura, es bueno, es
trabajador y es honesto”, “… han
tratado de pervertir al pueblo y no
lo han logrado”. La última: se creó
una nueva corriente de pensamiento
donde el corrupto es mal visto y
debe ser estigmatizada en palabras
del propio Presidente con la frase
fuchi-caca”.
La corrupción sistémica no cae
en el terreno de la moral, sino de los
incentivos. Recae, en primer lugar,
en la actuación de las dependencias
y poderes encargados de la regulación,
la asignación y la vigilancia en
el ejercicio de los recursos públicos.
Se controla a través de métodos no
únicamente punitivos, sino preventivos,
como la simplificación de los
requisitos regulatorios, la adopción
del gobierno electrónico para trámites,
pagos o solicitud de servicios y
la desaparición de transacciones en
efectivo. El Inegi ha insistido una y
otra vez en ello. Desgraciadamente,
invocando a las virtudes de los funcionarios
empresarios y ciudadanos
honorables no se va a ningún lado.
Inversión para el crecimiento.
Apelar a “que las empresas tengan
dimensión social, que como en
cualquier negocio se piense en su
utilidad razonada, no en el atraco,
el robo, el influyentismo para hacer
y deshacer” es una buena prédica,
pero eso no va a resolver la caída de
la inversión pública y privada. Esta
última de más de 9 por ciento. A los
empresarios se les puede pedir que
actúen en el marco de la ley y se les
puede castigar por no hacerlo, pero
de nada sirve pedirles que abandonen
su esencia o el principio de toda
inversión que es el mayor retorno
posible dentro de las restricciones
existentes. A ello hay que dirigir
las baterías, a que las restricciones
que impone la ley se cumplan, pero
también a que la ley garantice las
inversiones y no se cambien las reglas
del juego a la mitad del partido.
La fórmula no es tan complicada:
otorga certeza jurídica y condiciones
adecuadas para que haya mayor inversión
y, al mismo tiempo, impide
las utilidades ilícitas que abundan
por la impunidad, por el contubernio
con las autoridades o, incluso, por la
permisividad de algunas leyes.
Estas tres quedan contenidas en
la autoconcepción que tiene AMLO
de sí mismo: no miento, no robo no
traiciono.
En la mañanera del 5 de febrero,
López Obrador resaltó los avances
en su constitución moral para reforzar
valores. No está mal, pero cabe
recordar que con la única constitución
que se gobierna es con la
Constitución Política de los Estados
Unidos Mexicanos.