Hemos vuelto a casa de uno por uno. Nos trajo un virus callejero. Ahora el salir se opone a quedarse viendo por la ventana.
Es la misma casa pero viéndola bien, ya quedándose todo el día, pareciera otra. No es un hotel, es la casa. Aunque pudiese ser un tucurucho, un montículo de hierbas con una pequeña cueva, un orificio en la montaña. Un cartón abajo de una banca en el parque, a veces es casa.
Es la casa de siempre y sin embargo hay otras connotaciones. El mirar detenidamente a una esquina, equi-vale a recordar el objeto que hubo ahí antes de este momento. Recordar desde el inicio cuando hicieron la casa. Casa construida por los abuelos, con techo de lámina gruesa, piso y
muros muy resistentes.
El día adentro de la casa es un tranvía que recorre las habitaciones en pequeñas parvadas de pájaros y gatos que corren descalzos.
El regreso a casa ha validado la espera de las sillas ignoradas donde ya nadie se sentaba. El patio es más que calzones colgando de un tendedero y es el sitio de recreo que siempre debió de haber sido. No un depósito de latas de cerveza después de una carne asada.
La dueña de la silla no se encuentra, vuelva otro día y sin embargo hay quien se sienta y quien se apropie de ella, un día cuando la infancia fue la silla peleada.
Volver a casa es haberse ido de ella y en el regreso no traer los mismos motivos para irnos. Ahora por fin, sin que nadie se mueva, nos volvemos a reunir para vernos de nuevo a los ojos y conocernos así en medio de una crisis.
Al volver encontramos la casa hecha un barco con tripulación a bordo. Una cocineta con almuerzo. Pero tú llegas de polizonte a tu cantón a trapear el piso, a regar el jardín con el mínimo esfuerzo, en patas de gallo y bermudas, en ascuas y a oscuras.
Las casa ahora abre sus cornisas sonrientes. Destapa una botella de vino en la mesa y espera a que lleguen todos y alguien, uno de tantos, una mujer bonita prepara la cena mucho antes de que llueva.
Los niños, esos viejos exploradores de los rincones, enseñan la casa a los mayores. Muestran la línea por donde a cierta hora detenida por el momento en el reloj, pasa un ratón atrás de otro.
Los niños conocen la casa y esconden la otra mitad en la cuarentena. Está por saber si van a tener necesidad de enseñarla. Allí esconden monedas, una manzana mordida de hace media hora que estaba en el frutero y no han preguntado por ella.
Con todos aquí, la casa es un lugar donde siempre hay alguien despierto. Y es un sitio donde la música de todos se junta. Ojalá y todos supieran hacer el quehacer, lavar los trastes, sursir, coser a mano, coordinar más allá de unos huevos estrellados, recoger la ropa, lavarla, ponerla a secar, plancharla para soñar una fiesta.
Volver a casa nunca fue cruel y tampoco lo es ahora, y más cuando alguien te espera.
El barco es un arca donde cabemos todos por parejas, chicos y grandes. Un arca de Noé antes del diluvio es la casa. La fortaleza troyana icónica por donde los amigos de Ulises, el griego, y los mejores pasan y se quedan a dormir la mona. Hasta que no falta quien les diga que se vayan. Pero es tu casa y te quedas.
Hemos vuelto a casa y es como salir a la calle en las redes que nos atrapan. Apenas llegamos y queremos salir. La cárcel no es casa. Pero es encierro, todos adentro, como un guernica, contándonos cuentos, aplastando, besando, contando las mentiras que no dijimos antes por falta de tiempo.
Afuera es igual que adentro de la casa, la única diferencia son los espejos. Afuera nos miran de reojo, adentro los espejos son contundentes y nos muestran lo que realmente somos abajo de un techo.
HASTA PRONTO.




