Al hombre que fui, quien pasó a la historia en un libro no leído por la persona que amó. Al que fui sin abrazar en varias fotos -cuando salga por entre los escombros de los acontecimientos, entre la aldea del pasado y el puente del presente- voy a abrazarlo. La ciudad será una graciosa chiquilla enredada en la luz de un medio día simple.
Al hombre que fui le daré pasteles cuando venga de lejos sin calles con los ojos muy abiertos, demasiado escondido en mí, en el cuarto.
Al hombre que fui lo conozco perfectamente, solía caminar por las calles de la ciudad, ir y venir por la casa, tenía algunas rutinas que le gustaba romper, pues no eran inquebrantables, le gustaba esa libertad.
Recuerdo perfectamente su rostro de ojos negros, el cabello oscuro. Cómo no voy a recordarlo mirándose en los aparadores del centro capitalino tratando de hacerlo rápido, simulando un paso a la vez ligero, flotando, a pesar de lo viejo.
Al hombre que soy lo espero, no sé en qué condiciones nos veremos, pero volveremos a vernos y ya frente a frente cuando lo encuentre, tal vez me pregunté cómo he estado y le diré que bien. Habrá sobrevivido al conflicto en la ciudad vacía.
Al que fui, hoy un recuerdo caminando en la nostalgia, lo volveré a ver transitar entre carros y vendedores ambulantes que lo conocen y se dan gusto saludándolo.
Reconozco que lo extraño, que de muchas formas lo quiero, pero para verlo necesito alguno poste viejo de la Comisión Federal de Electricidad en la esquina, algunas cervezas, una infancia, una adolescencia bastante azarosa, demasiado, latiendo en los cables de la corriente eléctrica como una lámpara.
Tal vez necesite traerlo y explicar lo que ha sido mi vida en este encierro. Al hombre que fui le dirían qué fui. Le diría no hagas lo hecho, mejor le digo que sea como siempre ha sido. A fin de cuentas no hice este resumen para eso. Estoy contento pero lo extraño, no le oigo tocar, tocer, mojarse. Qué sensación tan confusa. Si pudiera traerlo le diría que viniese, que quiero sea lo que ahora soy, y que no haya modo de evitarlo. Y bueno. Lo sentaría a mesa, le prepararía un café, le diría durmiera temprano, que no se pusiera a leer tanto, que no escribiera.
Antes de dormir nos contaríamos un cuento. Usted sabe, a veces puras mentiras. Empezaríamos abajo de los libros recordando el primer amor corriendo bajo la lluvia, en las escaleras de una secundaria, en los paseos de la ciudad por la calle principal, de la mano en las nieves baratas de 10 pesos. En la sin razón de ser y no ser al mismo tiempo. Con una mochila negra como sombra cruzada por la espalda, donde unas galletas, un atún, un jugo de vidrio para ir a la montaña y regresar con vida.
Si viene el hombre que fui le voy a decir dónde se apaga el foco. En qué parte termina la sombra de la tarde en el patio. Le diré cuánto ha crecido el perro que jugueteaba de pequeño.
Tal vez, visto así, ya no sea el mismo árbol, el mismo vehículo encima de la banqueta, el mismo libro leído en una biblioteca, el par de ojos inquietos que ven para todos lados, ni el hombre que susurra una palabra inaudible, perdido en las márgenes de su colonia; ni el mismo río con suficiente agua para el estilo y para el derroche de palomas en el kiosco de la Plaza Hidalgo.
Al hombre que fui le quemaré las naves soñadas para que no se vaya en una barca con los ojos grises. Así como todos, saldré a recibir a ese que andaba por las calles, cuando todo pase. Saldré a buscarme.
Al hombre que fui con sus emociones, sus troyas tangibles, descubiertas a codazos en la contingencia, a esa nube dispersa en el cuerpo, en los brazos de la ciudad lloviendo, saliendo de un Oxxo, cuando todo pase le abriré la puerta. Lloviendo.
HASTA PRONTO.




