El miércoles pasado en la mañanera el presidente tuvo a bien
mencionarme como uno de los
periodistas que se salvan, en su opinión, de lo que consideró una época
oscura de la prensa en México. “Es
muy aburrido abrir un periódico y no
encontrar nada bueno del gobierno,
todo malo”, se lamentó haciéndonos
recordar, involuntariamente, la queja
similar que hacían Enrique Peña Nieto
y Felipe Calderón. Acto seguido hizo
una dura caracterización de nuestro
gremio.
“Los buenos periodistas se cansaron de ser como eran”, dijo. Hoy
no hay en México un periodismo
profesional e independiente. “Nos
defienden solo tres, Federico Arreola
que enfrenta todas estas calumnias
(SDPN noticas), Enrique Galván
(Jornada) y Pedro Miguel (Jornada)”,
y tras una vacilación, añadió: ”Hay
un articulista inteligente, incluso no
podría decir yo que de izquierda, pero
sí buen analista político que se mete
más a entender lo que está pasando
y lo que somos, uno que escribe en El
País, Jorge Zepeda Patterson”·
Aunque difiero en la apreciación
del presidente sobre el estado actual
del periodismo, agradezco la percepción que tiene de mi trabajo (aun
cuando, como decía el clásico, bien
a bien no sé si ayuda a mis tareas
de analista, las perjudica o todo lo
contrario).
Habría que decir que en algo tiene
razón López Obrador. La prensa y el
quehacer periodístico no pasan por su
mejor momento. Reporteros, conductores, editores, comentaristas, moneros y
columnistas no hemos podido sustraernos al espíritu partisano que ha inundado el espacio público, las redes sociales,
las conversaciones privadas. En la polarización hemos perdido todos, pero sobre todo el buen periodismo, entendido
como aquél que permite construir una
opinión pública más informada y con
mejor criterio para entender los puntos
de vista de una sociedad con tantas
verdades y realidades contrapuestas
como la nuestra. En lugar de propiciar
la comunicación de la comunidad
consigo misma, en lugar de construir
puentes para ayudar a tolerarnos en
nuestra diversidad, los informadores
y analistas hemos contribuido a que
ambos bandos se atrincheren en posiciones encontradas, alimentadas día a
día por opiniones recalcitrantes en uno
u otro sentido. El quehacer periodístico
y el análisis deberían de ser un contrapeso a la narrativa de odio que circula
en las redes sociales; pero lejos de eso,
las columnas y editoriales cargados de
desprecio potencian y nutren ese odio.
No importa qué haga el presidente o deje de hacer, se convierte en
munición implacable en manos de la
gran mayoría de los comunicadores
y, al mismo tiempo, en motivo de
alabanza de aquellos que lo defienden a ultranza. No hay posibilidad de
diálogo en el intercambio de sentencias lapidarias y ofensivas, entre dos
bandos irreconciliables.
Así que en efecto, AMLO tiene
razón cuando señala que el periodismo no pasa por un buen momento. Lo
que no parece darse cuenta es que él
mismo ha contribuido a ello. Utilizar
la tribuna presidencial para exhibir a los periodistas que lo critican,
ha profundizado esta polarización
partisana en la que solo caben amigos
o enemigos. Decretó cuáles eran
los malos periodistas y acto seguido
mencionó que solo se salvan los que
lo defienden. Nunca se percató de lo
extraño de su formulación. Por definición un periodista profesional tendría
que aspirar a la reflexión y la investigación imparcial, no a la defensa del
soberano. De hecho Federico Arreola
fue su asesor y uno de sus voceros en
alguna campaña electoral, lo cual es
absolutamente válido, salvo cuando
la extensión de esa tarea es entendida
por el presidente como ejemplo del
periodismo “profesional e independiente” que ha dejado de hacerse.
Me parece que el país ganaría mucho si el presidente dejara de microgestionar las columnas y titulares de
cada día, como si fueran el juicio de la
historia sobre su gobierno. En verdad,
los periodistas no tenemos esa importancia, las decisiones que tome el presidente sobre el destino del país, en
cambio, sí que la tiene. Los resultados
serán su mejor y única defensa, no el
uso de su derecho a réplica, como él
la llama. La semana pasada escribí en
una columna algo que desearía recuperar: “Sigo creyendo en las banderas
de AMLO, pero me parece que nunca
podrá ser el estadista en el que quiere
convertirse, mientras siga preocupado día tras día por lo que haga o deje
de hacer Loret de Mola, Derbez o el
Reforma”. Lo sigo pensando.
Finalmente, una observación lateral pero significativa. La caracterización del periodismo actual como una
etapa oscura se lleva entre las patas,
por omisión, el heroico ejercicio
profesional de tantos colegas que han
caído muertos por el siempre hecho
de hacer un periodismo incómodo
para los poderosos. México es la
nación de mayor riesgo en el mundo
para los reporteros en este momento,
salvo aquellas que se encuentran en
guerra. No puede hacerse ningún balance de nuestro gremio sin considerar la enorme valentía de los muchos
que se juegan la vida directamente en
la trinchera (hablo sobre todo de la
prensa regional, tan lejos de las candilejas y tan cerca de los balazos).