“Oscurece y se resbala el día que busca adentro de las casas saber de dónde vienen las voces, quién desafía los virus y camina con su culpa por la calle”
Me asomé y estaba lloviendo. En lo que fuí por un café a la cocina, volví a la ventana y había dejado de llover. Había hormigas voladoras en el paisaje de la tarde.
El sol delgado a estas horas, cae como la lluvia. Cae a la tierra y se resume. Se esconde de nosotros.
Los últimos arroyuelos improvisados sobre el pavimento escurren sus aguas como por nuestros dedos y lo que se va crea nostalgia como la tarde, el agua busca un utópico refugio, una guarida de océano pintado en opalina.
En contra de otras veces no hay niños jugando en el parque. Me pareció verlos asirse a los columpios para volar en el aire. Escuché los gritos indescifrables por ellos mismos. Vocecilla convenciendo a otro que pone atención en un charco, en un pedazo de hule que un día fue pelota.
Veo esta parte del día del mundo con sus claras señales de viejos profetas que inventaron la noche para dormir o fingir que están durmiendo.
Oscurece y se resbala el día que busca adentro de las casas saber de dónde vienen las voces, quién desafía los virus y camina con su culpa por la calle.
Los romanos inventaron las calles para pasar ellos, pero pasamos nosotros y pisamos las ciudades, las atrapamos con los dedos, hacemos hoyos, heridas que cicatrizan cuando todo está oscuro y no hay nadie que lo diga. Todos se han volado un semáforo. Y todos repitieron un semestre en la prepa. No todos, dicen todos. Fuiste el único en algo ahí afuera donde comienza otra vez la lluvia.
En el cuadriculado de la ventana cabe una cortina que encubre los muebles de la casa. Las voces estridentes de una historia inquieta. Atrás hay humo de las casas vecinas que difuminan las sombras de los relatos.
Al fondo, el horizonte no deja de ser estremecimiento, hay más preguntas que respuestas si las piensas. No pienso, veo. No puedo preguntar a la hormiga que vuela, que hizo una nave y no la presta. No cabríamos en ella nomás eso faltara.
Estoy adentro viendo hacia afuera. Mi casa es el escenario perfecto al cual acceden los vecinos con solo abrir una puerta o sacar la mano por una ventana, nadie paga boleto, yo tampoco lo hago, los actores todos son humildes protagonistas muy semejantes entre ellos, se diría que son iguales.
Cada mañana aparecen actores de reparto barriendo la banqueta. Yo mismo lo hago, espectador y actor en esta fiesta de tramoyanos. Si nos dejan libres sin trancas y sin policías tal vez nos agarremos a trancazos, pero el hubiera no existe en esta tarde, como las hormigas voladoras que tejen sus alas con la sombra de las hojas.
La tarde se escucha si hay suficiente silencio, como la esponja es en el agua o el fuego en el petróleo crudo. El color onix es el misterio de la luz cuando fue sol y fue pasado. Me escucho si guardo silencio y solo escucho el teclado, delineando un ritmo perfecto al describir de una sola tarde, en la última página de un anacrónico cartapacio, su nombre completo.
Después de que han pasado todos los carros, al parecer no viene nadie por la calle. Me enrredo en la hoja de un cuaderno me envuelvo en mis alas y vuelo al mundo de los sueños, sin otro propósito más que soñar el vuelo de las hormigas voladoras, para las cuales a la vez quizás yo sea sólo un sueño.
HASTA PRONTO.