La batalla histórica desde la
crisis financiera del 2009
ha sido salvar el modelo de
neoliberalismo de mercado –no el
liberalismo ideológico de valores–
del acoso del populismo de Estado.
En México esa hostilidad tiene
fechas históricas coincidentes: en
1988 López Obrador se salió del
PRI y se pasó al grupo populista
del cardenismo y en 1988 tomó
posesión Carlos Salinas de Gortari
como presidente del neoliberalismo de mercado.
La crisis económica provocada por
el frenón productivo del confinamiento
enfrenta en cada país sus propias conflagraciones. En Iberoamérica será otra
oportunidad para confrontar decisiones
de mercado o propuestas sociales. Luego
de treinta años, el neoliberalismo fue
derrotado en el 2018 en las urnas por el
populismo. Y las puertas de salida de la
crisis están cerradas y nadie sabe con
exactitud qué hay detrás de cada una de
ellas.
El 1 de mayo el expresidente Ernesto
Zedillo publicó su texto “Una inmensa
tragedia llamando a la puerta de América Latina” que le sirvió de base para
participar en un manifiesto de personalidades mundiales pidiendo soluciones
“realistas” a la crisis. A Zedillo le tocó en
1995 su propia crisis financiera: el 20
de diciembre de 1994 devaluó el peso,
en 1995 subió tasas de interés bancarias
arriba de 100% y bancos y acreedores
enfrentaron el colapso de quiebra. La
estrategia de Zedillo fue salvar a los
bancos comprándoles deuda incobrable,
pero afectó a los deudores que perdieron
hasta la camisa, en tanto que los bancos
privilegiaron a sus accionistas. Además,
Zedillo subió el IVA de 10% a 15%, bajó
el gasto social y deprimió el PIB a -6.3%.
Los mexicanos perdieron alrededor de
veinticinco años de bienestar.
El presidente López Obrador ya dijo
que no salvará a los bancos y que dedicará los fondos a proteger a los sectores
marginados. El domingo 3 de mayo
publicó su texto “Algunas lecciones de
la pandemia COVID-19” y convocó no
sólo a no obedecer las recomendaciones
del FNMI, el Banco Mundial y la OMC,
sino que llamó a cambiar el enfoque
de pensamiento económico ortodoxo y
neoliberal de esos organismos.
La batalla neoliberalismo-populismo
–conceptos que se asumen sólo para
sintetizar enfoques– se está dando
alrededor de las propuestas anticrisis
económica. El PIB del primer trimestre de México fue de -2.4 respecto al
mismo periodo de 2019 y amenaza con
un decrecimiento anual de -8% a -10%,
una cifra sólo comparable con el -14.8%
de 1932 por el efecto del crack de Wall
Street. Luego del colapso devaluatorio, el
PIB de 1995 de Zedillo fue de -6.3%.
La crisis económica del 2020 es el
campo de batalla entre el neoliberalismo
de Carlos Salinas representado por Zedillo y el populismo de López Obrador. El
texto de Zedillo deja ver la mano negra
en el último párrafo, luego de sugerir
antes que la estrategia anticrisis debe
salvar a bancos y empresas y a empleos
con subsidios fiscales. La propuesta de
Zedillo es sensata, pero llevaría a un
regreso al neoliberalismo de mercado.
Y las decisiones de López Obrador no
atienden a la recesión-depresión que
está encima de México.
En todo caso, Zedillo quiere derrotar
al populismo, luego de que éste ganara
las elecciones en 2018 con un impresionante 53% de los votos, en tanto que
Zedillo ganó la presidencia en 1994 con
el 48% de las votaciones. La frase de
Zedillo es un campo minado: no recurrir
“de nuevo a métodos populistas que
han utilizado en el pasado para su éxito
electoral”. Es decir, revertir la victoria
electoral populista con un paquete neoliberal anticrisis. A lo mejor ninguno de los
dos paquetes anticrisis dará los resultados necesarios, pero no se puede, no se
debe, condicionar un resultado electoral
con una crisis económica.
Lo que falta, en todo caso, es que el
gobierno de López Obrador no se concrete sólo a entregar subsidios directos
sectores localizados de marginados, sin
que ese dinero se convierta en factor
multiplicador de actividad económica
ni dinamice la demanda efectiva. La
grave crisis del Estado mexicano, en
tiempos populistas y neoliberales, es su
crisis fiscal para financiar proyecto. La
carga fiscal mexicana es de 22%, cuando
debería ser arriba del 35%. Y el problema
fiscal es la tozudez empresarial para
pagar impuestos.
La batalla neoliberales-populistas de
México viene desde 1982. Los primeros
llegaron al poder con el grito de “queremos realidades, no promesas”, pero luego de un ajuste de enorme costo social y
empobrecimiento generalizado la gente
cambio el grito de batalla: “queremos
promesas, no realidades”.
Pero entre una y otra, lo que se va a
debatir en México –aunque sin solución
final– es el enfoque de política económica inflexible: neoliberales de mercado
contra populistas de gasto público. El
pensamiento económico mexicano se
ahogó en esa discusión, sin avanzar hacia nuevas soluciones inclusive mixtas.
El problema de México, desde la
vieja crisis petrolera de 1973, radica en
un modelo de desarrollo populista, con
política económica neoliberal y una
planta productiva sobreprotegida que
no ha sabido aprovechar el Tratado de
Comercio Libre porque el componente
nacional en las exportaciones bajó de
58% en 1993 a 38% en 2019. Y a pesar de
tantas crisis económicas, modelo de desarrollo, política económica y planta productiva siguen igual, que es estar peor. A
pesar del Tratado, el 57% de la población
económicamente activa lo hace en la
informalidad y el 80% de los mexicanos
vive con una a cinco carencias sociales.
La crisis de proyectos que ha provocado el COVID-19 será arena de lucha
entre neoliberales y populistas, pero no
el desafío a pactar para México un nuevo
modelo de desarrollo más allá de las
ideologías. http://indicadorpolitico.mx
indicadorpoliticomx@gmail.com