En el libro VII de La República,
Platón utiliza una imagen para
ilustrar sus dos mundos: el sensible
y el inteligible. Y describe el modelo de
la caverna: una persona está atada en
una caverna y no puede moverse, pero
mirando hacia dentro. Detrás avanza el
mundo, pero no lo puede ver en directo,
sino por sombras reflejadas en la pared
que tiene enfrente; a sus espaldas pasan
personas y animales y se reflejan a
través de una fogata. En este sentido, la
persona atada ve las sombras de la realidad. Toda crisis política implica, de suyo,
en una crisis de comunicación, entendida
ésta como las relaciones sociales y de
poder. El impacto del coronavirus en la
comunicación ha involucrado a gobernantes, políticos y de manera sobresaliente a los medios de comunicación que
alimentan la paranoia de una epidemia
que ha llevado a la paralización de la vida
cotidiana.
No se trata de un fenómeno nuevo. En
los hechos, medios y políticos viven fuera
de la caverna y el ciudadano está atado
mirando de frente la pared que le refleja
una realidad no tan real. En los hechos
cotidianos los medios se han olvidado
de la destinataria de la información: la
sociedad. Los analistas y reporteros trabajan para probar sus percepciones, no
para explicar comportamientos públicos
ni crisis sociales. Por lo tanto, los lectores
reaccionan no en función de la comprensión de la realidad, sino de las sombras
que ven en la pared que tienen en frente.
La lectura desde Iberoamérica de
los principales diarios y sitios internet
de noticias y análisis de España lleva a
mirar una lucha entre un presidente de
gobierno que quiere imponer su enfoque
de la realidad y medios de comunicación
que quieren imponer su enfoque de la
realidad. No hay indagación desde lo social, desde la víctima, desde la impotencia
ciudadana. Los medios no han logrado
reflejar el enojo ciudadano sobre la forma
de conducir el poder en una crisis. Pocas
investigaciones se han leído sobre la
enfermedad, sobre las nuevas relaciones
sociales, ahora mismo vemos a ciudadanos a los que no les importa la enfermedad y sólo desean salir a disfrutar la vida
en bares y terrazas. La queja de filósofos,
politólogos y sociólogos ilustra el tamaño
descomunal de la incomprensión ciudadana de una pandemia que ha lastimado
personas y familias.
En los EE. UU. vemos a un Trump
desquiciado por mantener el poder y acercarse de manera inevitable a la
reelección, con una oposición deslavada, dedicando sus mayores esfuerzos a
tapar los abusos sexuales de su candidato
Biden. Pero no tenemos indagaciones
de la pandemia en zonas pobres, en
hacinamientos de migrantes detenidos,
en cárceles, de los efectos morales en comunidades religiosas, de lo que siente el
estadunidense común ante una enfermedad que lo puede matar de forma radical.
En México tenemos medios confrontados con el enfoque unilateral del
presidente López Obrador. De la noticia
los medios saltan a la opinión crítica, sin
pasar por los géneros periodísticos explicativos, indagatorios, exploratorios. Cada
desliz del presidente es multiplicado en
medios. Del lado gubernamental hay
sólo dos voces: la del presidente y la del
subsecretario de Salud como vocero de
la pandemia. En medio no hay más explicaciones que las oficiales y los medios no
hacen sus propias investigaciones, sino
que se dedican con facilidad a desvirtuar
y desprestigiar las versiones oficiales sólo
con opiniones críticas. El debate reciente
fue la acusación de El País, el The New
York Times y el The Wall Street Journal de
que las cifras oficiales estaban manipuladas hacia la baja, pero la respuesta
mediática fue criticar al presidente y al
vocero, pero sin realizar indagatorias en
hospitales, funerarias o crematorios para
probar o desmentir dichos de los medios
extranjeros. Del yo debo indagar al simple no te creo.
En los últimos días se introdujo un
factor inesperado que movió los escenarios: en una de las semanas más críticas
para el presidente López Obrador por
errores, falsas percepciones y deslices verbales y en medio de una ola de
críticas y hasta de burlas, las encuestas
registraron un repunte en la aprobación
presidencial. La crítica no ha sabido explicar las razones y sólo se ha concretado
a poner en duda las encuestas. Sin embargo, ahí podría darse una dilucidación
en el modelo de la caverna: el ciudadano
no le cree a los medios y el gobernante
pasa la prueba de la credibilidad, aunque
sus opiniones sean equivocadas y hasta
manipuladas.
Si dentro de doscientos años los historiadores –de existir, claro– quisieran
documentar una crónica de la epidemia
del coronavirus que paralizó al planeta
durante medio año, lo peor que pudieran
hacer sería consultar los medios escritos
y electrónicos. Pero se encontrarían con
la desesperanza de que no tendrían más
fuente que esos medios porque nadie está haciendo hoy la crónica para la historia
de pasado mañana. No, el periodismo en
el caso de la pandemia no ha podido ser
el primer borrador de la historia.
A lo mejor la crítica está acertando sus
dardos contra los políticos y funcionarios,
pero toda crítica periodística debiera
estar sustentada con hechos. Ha ayudado
a la crítica fulminante el hecho de que los
gobernantes –y los tres mencionados
son ejemplo tipológico– han carecido de
sentido de Estado, de sensibilidad social
y de frialdad política y sólo han accionado sus resortes de poder para no perder
el poder. Y como no tienen analistas en
contra sino opinólogos, entonces al final
entregan la suerte de su cargo a ciudadanos atrapados en la caverna de Platón