“Para las díez de la mañana la gente vuelve al centro por necesidad de comprar alimentos y sacudirse el polvo silencioso de sus palabras con otras dichas en este encierro”
Se limpió el viento. El día atrás de una nube muestra su rostro perfecto y sonriente. Temprano no hubo nadie más que dos o tres personas extrañas en alguna avenida. Este es el día martes en Ciudad Victoria.
Para las díez de la mañana la gente vuelve al cetro por necesidad de comprar alimentos y sacudirse el polvo silencioso de sus palabras con otras dichas en este encierro.
De modo increíble a esta hora aún se escuchan el trino de los pájaros más aguerridos, ruiseñores que ensayan su opera prima de primavera y ladronzuelos que exhalan sus leves pillidos. Amanece fresco sobre las siluetas que se van dibujando antes que la bicicleta o la caja que lleva atrás con tomate.
El día calienta y quema a las personas si se quedan quietas en medio de la calle. Nadie se deja. A como está la crisis sanitaria deberíamos estar confinados en el último reducto de nuestras casas, pero no es así.
En el centro de la ciudad hay gente comprando y vendiendo para el sustento diario. Hay perros que revisan basura. Hay rincones, escoria, machucadas esquinas. Entre el temor domina el tema del recibo de luz, del kilo de frijoles, de la escuela, de ver si todavía hay micros después de las once.
En otra parte sobre el pavimento pasan los coches con su comedia, es mediodía. Frente a una papelería estoica el martes vende un poco de lustrina para forrar la esperanza. En otra bolsa la señora lleva lo que no le encargaron en el mandado. Lleva su historia imborrable.
Nos alcanzan quienes llevan prisa. Descansan quienes van llegando a la Plaza Hidalgo. El palacio de gobierno es una caja enorme. Hay poca gente entrado y saliendo con algo en la mano. La burocracia no ha regresado. Por los pasillos amplios se oye el paso majestuoso del silencio. De pronto alguien con tacones interrumpe el mutismo del mosaico.
Alguien me mira. Lo noto sin ser notado. Comienzo a tomar fotos al edificio para tranquilizarlo. Soy reportero, me digo. No era nadie. Salgo a la calle y todo está oscuro, se han hecho las nueve de la noche. Ya no hay pichones. Las luces anuncian comercios abiertos y otros cerrados. Las banquetas caminan si caminamos con ellas. Ando solo y mi alma estalla.
La noche se ha metido a dormir por lo que no hay fantasmas. Camino de prisa, quiero llegar a donde vaya. Quiero correr como en las películas y que de pronto el director de escena grite bien recio como en otras películas donde sale un director de escena: “corte !!!” Y se prendieran las luces normales de los días como este martes.
Los martes son un niño solitario en un callejón sin salida. Alguien que habla y nadie contesta todavía, tiene toda la semana para negarse. Los martes son un cumpleaños en martes.
El martes no es lunes. Pero han pasado por aquí muchos martes tristes. Los martes nadie se casa ni
se embarca, por ejemplo, y sin embargo es un bonito día. Aún viéndose triste o lloviendo en las palabras pasa el aire limpio, en las caras los extraños y escasos pasajeros de este martes ríen abiertamente.
HASTA PRONTO.