Tal vez la vida nunca empezó y yo estoy tratando de salir de este laberinto al que me trajeron de niño. Ahora que lo recuerdo, algunos niños de primaria me dijeron que me había ido a vivir a un palomar.
Era un condominio. Otras dos veces como ésta he vivido en condominios, algunas veces ya restaurados y otras conservando la magia de aquellos tiempos del FOVISSSTE y los Infonavit.
Cuando vives en un segundo piso te encuentras a dos cuadras y te anuncias, llegas sudoroso y no has llegado. Has llegado a donde empiezan las escaleras y todavía le cuelga. Esas escaleras tienen prohibido el uso de la palabra. Si hablara, otro gallo me cantaría.
En el tercer piso hay un balcón desde donde se ven abiertamente otros edificios.
Hay patios ajenos donde no hay nadie hace muchos años. Hay lavaderos cercanos, tendederos ocupados hasta el tope. Se ve gente en las pequeñas ventanas de la distancia.
Llegué a la tienda donde venía de niño, ahora atendida por el hijo del dueño,lecompréun sobre de nescafé.
Increíblemente, viviendo en los edificios, entre las familias hay canes de todos tamaños. Dicen que hay perros del tamaño de un cuarto. Hay perros que no he visto, los conozco por el ladridos. Hay perros en pequeño que andan sueltos en el estacionamiento público.
Una camioneta se detiene a comprarlámina vieja, chatarra de fierros retorcidos de lo que fue un dibujo.
Hay un sitio exclusivo para poner la basura por si pasa. A veces un carro se lo lleva de reversa. En los camellones que van a los parques se puede nacer con diversas melodías. En seco hay una lluvia de hace días y gritos de pequeñines en el sube y baja.
Te levantas y comienza la obra de teatro. El tramoyista, iluminador al mismo tiempo, salta
de las recámaras. Hay gente asomándose en los balcones para ver sus vehículos estacionados abajo de los árboles. Comienzan a surgir tenores de las breves duchas. Beethoven serpentea un Huapango en el pequeño tapanco del baño, hay gente escuchando después que empezaron.
Si alguien tiene algo pendiente qué decir el otro escucha hasta que la verdad sea dicha por las paredes. Es posible que alguien apague los focos e insista a los actores de la comedia. Los condominios tienen esas ganas nocturnas en las que la raza sale a mirar la luna entre las framboyanes.
Por el sonido de los zapatos desgastados sabes que ha llegado el vato del departamento sin número, ese que hicieron al último. Sabes lo que sigue y te tapas los oídos, bajas el segundo piso y te enteras de lo que dicen y corres ya en el pequeño círculo de un cigarro, entre los jardines, donde también el aire corre.
A determinada hora,una vez terminada la vida diaria, se cierran las ventanas de los condominios azules y naranjas. Una vez uno que otro se resiste a apagar la luz que mira de lejos la noche.
Vives una vez en un condominio y la segunda vez adquieres pericia para acomodar los muebles según el sol entre por la ventana o donde la generosa vista citadina te lo permita.
Como toda obra de teatro, los actores principales salen a escena a cada rato o pasan por los lados de los coches gritando, vendiendo nopales, lavando los carros.
Cuando se juntan, todos saben la gravedad de un asunto y lo sencillo que podría ser arreglarlo al día siguiente. Hubo un tiempo en que los condominios de Victoria se llenaron de profesores, luego de abogados que vivían a media cuadra, y todos sabían donde vivía el médico y la enfermera que inyectaba.
En los condominios algunos muy altos para los alcances de niños que mirábamos, no faltaba el agua, por si usted estaba con el pendiente. Que yo recuerde había tinacos, aunque no en todos los edificios.
Hubo condominios para la burocracia antes de que se fueran a los fraccionamientos.
En la mañana ya sabes a qué hora le toca ladrar a un perro que ladra y no muerde, en
la primera escalera bajas el otro pie y te están viendo todos en la primera escena. Si lo haces bien aplauden, como todo público los vecinos se soltarán en halagos hasta la hora que quieran.
HASTA PRONTO.