Un sol abrasador horneaba a Ciudad Victoria justo al mediodía. El termómetro marcaba 39 grados con sensación de 42. Ni una sola nube saludaba desde el firmamento, pero a esa difícil hora, Claudia ya estaba en ese polvoroso tramo, paleando tierra de ‘choy’ en los profundos baches del camino.
La piel morena de su rostro brillaba con la humedad que su sudor.
Su ancha silueta aumentada por el octavo mes de embarazo se pasea de aqui a allá rellenando los enormes cráteres que volvieron a vaciar las lluvias de hace veinte días.
El calor no da tregua y la botella de litro y medio de agua parece no ser suficiente para acabar con la sed que provoca este verano implacable.
Ella como muchos otros victorenses han hallado en este servicio comunitario la manera de ganarse unos cuantos pesos para llevar el pan de cada día al hogar.
Definitivamente no es un trabajo fácil, mas bien sufrido y agotador. Pero a Claudia y su hija Lupita no les desaniman las condiciones extremas en las que llevan a cabo su chamba.
La madre de 5 hijos y un sexto en camino tiene mas de diez años dedicándose a esta agotadora labor.
Suele instalarse en varios puntos del sur de la capital, con su pala, escoba y otras herramientas. Su jornada que puede extenderse de 6 a 8 horas diarias en calles o avenidas con suficiente tráfico y que los automovilistas puedan agradecer con una o dos monedas el que les mejoren el camino para que su trayecto sea menos traqueteado.
Pero curiosamente son los carros mas antiguos o destartalados quienes con mas frecuencia cooperan. Las camionetonas y coches de modelo reciente suelen hacerse de la vista gorda o hasta suben el vidrio.
Quienes también apoyan de buena manera son los elementos de la Policía Estatal, pues si traen por ahi un ‘lonche paseado’ no dudan en cooperar pa’ la causa.
En algunas ocasiones hay vecinos que no simpatizan con el trabajo de los tapabaches y les echan ‘carrilla’ por diversas razones: que entorpecen el tráfico, que crean polvaredas, que el relleno es solo tierra, etc.
Ha habido ocasiones que los mismos automovilistas se inconforman y los insultan.
“Una vez señora sacó la cabeza del auto y me gritó que me fuera a barrer a mi casa” menciona Claudia mientras se repone de la asoleada bajo un árbol y bebe de su botella de agua.
“También un señor de aquí arribita que se enojó porque dice que la tierra que barrimos le llena de polvo la fachada de su casa” dice la mujer de 41 años encogiéndose de hombros.
En el breve rato en que el Caminante platicó con Claudia y su hija, Lupita hubo un par de conductores que amablemente cooperaron y de muy buena manera. Pero de la misma forma hubo muchos que simplemente pasaron de largo sin siquiera desviar la mirada. Otros que se ponen intensos pues no conocen la empatía y la solidaridad. A esos se le recomienda que, si no van a cooperar, tampoco jodan al prójimo.
“Hay personas que nos invitan un refresco o algún platillo y con todo respeto nos dicen ‘esta limpio’ y nosotros se lo recibimos, como el señor del pan, que pasa en su vagonetita y de regreso nos deja algunas piezas” cuenta la señora.
Asi como Doña Claudia y su hija, hay otros grupos de personas que trabajan mejorando el paisaje urbano. Cierto es que el remedio solo dura hasta que caiga el siguiente aguacero, o que estalle una fuga (a veces de aguas negras) y se lleve en su caudal, la tierra, grava o piedras que los tapabaches con mucho esfuerzo acomodaron en el muy accidentado relieve de las calles de la capital, en especial en aquellas colonias de la periferia, olvidadas por el presupuesto de los tres niveles de gobierno.
Doña Claudia toma un breve descanso pues sabe que en su condición no debe hacer mucho esfuerzo, pues el bebé llegará en poco mas de un mes.
La tarde empieza a caer pero el calorón no cede.
El par de mujeres volverá al dia siguiente a cumplir con su misión de hacer el camino un poco mas transitable. Ojalá que los victorenses premien su labor con un par de monedas. Demasiada pata de perro por esta semana.