Desde adentro se escucha cómo pasa el viento por las calles arrastrando la hojarasca entre pequeños objetos inservibles, desechos ligeros y vasos desechables.
Es el viento. Es un portazo en la pared de la casa. Entre el silencio de otros silencios el viento hace instrumentos musicales, órganos melódicos en los cuerpos, instructivos para pasar una tarde en los bulevares.
En la ciudad los clavos resisten la fuerza con que son jalados y puestos a prueba en los viejos muebles de madera.
Aquí está el viento con su destreza de desierto entre las casas de cemento y fierro. Con el polvo de pelo suelto, con las nubes y el agua mojada, con las voces precipitadas nombra a otras voces que se deshacen en el aire.
Con su camello pisando los pisos resbalosos, llenando de polvo las cornisas de la iglesia donde habían hecho su nido ingenuos pichones. Fue el viento en la madrugada el que tumbó el árbol en la alameda.
El viento barre la calle sin escoba y barre la escoba. Es una señora que ve como de repente se dispersa o se acumula la basura. Se nota cómo se acomoda la viga en el ojo de uno. El viento sopla para que la rueda gire y no deje de dar vueltas.
Fue el viento el que apagó la vela para que nadie nos viera. El viento que trajo el frío, el calor y más viento que trajo barcos y botes de vela a los tendederos del patio.
El viento trae el agua, la apasigua, permite que se mire en su nube de azúcar. El viento juega con la brisa en la playa de la espalda, en la camisa, en la risa misma. El viento seca los pudores de las palmeras cuando amanece. El sol refleja el domingo sobre las aguas sólidas y cristalinas del océano.
De este lado del agua soy el viento que sopla al café caliente, al invento del agua hervida en un ratito.
Las calles se hicieron por donde pasa el viento y algunas casas quedaron atravesadas. Por ahí pasa el aire y despierta a las personas.
El viento busca ser agua, quiere llevarse la ciudad al mar con sus barcos iluminados. Se lleva instantes marinos, tripulación urgente de madrugadores, gente del pueblo, de las colonias cercanas.
Con un poco de aire se arma el fuego, si es mucho se apaga. El fuego es un hijo desobediente del viento. El agua es el cuerpo del mar que se mueve por el continente. El viento es la marea que vuelve espectacular el oficio de los pescadores sin puerto.
Un señor persigue su sombrero imbatible que rueda por el suelo y finalmente el sombrero se atora en un poste. El aire pasa por un lado de ellos. Nadie vió la proesa corriendo por el 7 Hidalgo.
Si no hace aire ni cómo traerlo. No llueve, no alcanza a pasar por el nido de las chuparosas. Sin viento es como se construye un desierto. La tierra se seca y comienza a ser arena abajo de los roperos, entre las ventanas y los espacios ignorados por los escasos habitantes de una casa.
En el breve río el viento trae el aire en las alas de las mariposas, lleva los colores de la ropa, los hilos de estambre, la puntería con que se enebra una aguja en el agua.
Fue por el viento que el balón combó y se metió en el ángulo de la portería desde un tiro de esquina. Fue el aire que despeinó los cabellos de los pocos ciudadanos en el centro rifándose la existencia.
Construimos calles, hicimos la ciudad por donde pasa el viento. Aquí está bien. A veces el suficiente para la temporada de lluvias. Otra veces muy fuerte pero ya se sabe qué anuncios arranca, quien se despierta en la madrugada para cerrar la ventana.
No hay clases en la escuela cercana, pero el viento trae el eco guardado en las paredes. Los recreos con sus risas infalibles. Se escucha la voz del maestro, y luego el viento trae el recuerdo, las melodías de un radio de onda corta y la algarabía de un cumpleaños.
HASTA PRONTO.