Alguien inventó el peso y puso precio a las cosas. Con un marcador esterbrook, con la clásica caligrafía que usan los oferentes, puso precio a una olla de peltre.
Con un peso puedes ir y venir a donde quieras, puedes ir cuando así lo desees o venir sin pretextos. Un peso es por decir que traes un varo, cuentas con una lana, con varios pesos. Pero muchas veces o como casi siempre un peso es un peso.
Arriba y abajo es importante traer en la bolsa un peso. Por un peso no te sube el del micro.
Una vez ahí por la tienda Grande toreo me encontré un peso. Pasé toda aquella tarde buscando otro, más tarde bajé de precio, con que fuera un veinte. Todavía recuerdo y busco el peso que no se me perdió, pero como si así hubiera sido. Busco el peso que estaba entre las hojas que traen la bandera de Canadá. Un peso Morelos disque de plata.
Como objeto, el peso en moneda ha tenido su siglo de oro en el siglo XX. Fue producto de un manotazo, luego perdido y vuelto a ganar otra vez en un volado.
Con un peso Morelos, de los de antes, hacías un círculo que te habían encargado en la escuela y más tarde dibujabas los continentes. Hacías la mitad del sol que se oculta tras de la montaña. Un círculo era también un reloj grandote antes de las manecillas.
Un círculo era un estadío, quien dijo que no una plaza de toros, un plato en la orilla el círculo tiene un orificio, la moneda aplaza la fecha, el peso se devalúa y se aprecia.
Después alguien puso cinco pesos en una cartulina anaranjada y todo lo que estaba abajo en oferta hizo que la gente se acercara. Otros inventaron las monedas de cinco pesos únicas, cabían en los tigres de Bengala del centro.
Luego llegaron las monedas de diez pesos, la morralla, los uno cincuenta, las galletas de treinta centavos, el peso que falta o el que sobre en un corte de caja. El peso encima de otros para comprar las tortillas, cubiertos en un saco, en una bolsa de tela, los pesos no ven nada.
Alguien dejó dos pesos sobre la mesa y otro hace un aviso para reportar el encuentro. Dos pesos son dos pesos. Dos chicles totito de sandía o uno que sea.
Antes, con un peso comprabas una caja de cigarros y un cuarto de alcohol suelto. Había el modo para vender a ese precio. Un peso sabía de las colegiaturas y el uniforme. Un cinturón costaba hasta no hace mucho treinta pesos.
Dos pesos son dos pesos y no monedas de chocolate que ahora son más caras. Con dos monedas de a peso en la bolsa comienzas a buscar un sitio en la plaza, una banca, la más cerca de la noche. Te duermes con dos pesos. Los bollos cuestan cinco pesos señora. Con que no llueva.
El peso mexicano, tal como lobo en su nivel novela, por el tamaño, en modo moneda, está punto de extinguirse. Hay monedas de un peso pequeñísimas. Microscópicas. Pronto serán granos de arena en las manos, en las bolsas de mandado con redondeo.
El peso es nostalgia de los financieros y de quienes lo han tenido por montones al grado de no saber cuánto tienen. Nostalgia de quienes perdieron todo en un volado, cayó sello.
Tiempos en los cuales dos pesos pudieron pelear a muerte entre dos dueños. O ponerse de acuerdo para completar el refresco. A las alcancías les cabe una medida de a peso. A las manos les caben monedas sudorosas, pero con un valor codiciable en el mercado que se puede ver en los ojos de otros.
Mantener un peso cuesta, peor si son muchos. Hay qué saber dónde guardarlos cuando ya compraste un yate.
Tienes un peso en la bolsa y lo has repetido tantas veces. Tantas, que tienes cansados a tus cuates diciéndoles que por algo se empieza. Y empiezas.
Con un peso se juega a la rayuela y pierdas o ganes juegas. Si te encuentras un peso no te conformas, quieres más y sigues buscando. Eso queda muy claro.
Sin el volado no arranca un partido pese a las presiones del público aficionado. Pero quién sacaría primero, ni modo que el árbitro. Eso de que saque el primero que escupa no procede por protocolo del Coronavirus. «Si alguien trae un peso», pide el árbitro al respetable, nadie lo saca, así se han perdido muchos.
HASTA PRONTO.