CIUDAD VICTORIA.- -Pues mire, este esta nuevecito, de hecho mi hijo casi ni se subió. Yo lo guardaba porque mi hermana se andaba animando a encargar un bebé pero pues mejor lo puse en venta- relataba una mujer de treinta años con un carrito de bomberos de juguete a su posible cliente en un cajón de estacionamiento de Grand Express La Loma.
– Cuanto es lo menos – respondió el muchacho
– Pues ya lo menos cien pesos – dijo la señora. El hombre sacó un billete de cien pesos y gustoso pagó por el artículo.
Así como de esta el Caminante ha sido testigo de muchas negociaciones que se hicieron a nivel de banqueta o en aparcamientos de tiendas como Grand, HEB, en la plaza del 8 y en las aceras del ‘bule’.
¿Como fue que han proliferado estas transacciones?
La historia empezó hace unos meses.
Primero fue la sana distancia y el cubrebocas, ademas de la restricción de entrada de menores de edad y adultos mayores a las tiendas de autoservicio. Solo un cliente por familia debía entrar a surtir la despensa o usar el cajero etc.
Después fue a los negocios en general. Mas tarde se dio la orden de suspender operaciones en todos los establecimientos o empresas que no fueran esenciales: a loe que mejor les fue son aquellos que solo redujeron sus horarios de atención. Los puestos fijos y semifijos en la vía pública fueron apercibidos a cerrar e irse a sus casas. En muchos casos hubo versiones de que se les obligó de manera muy ruda.
Pararon sus labores pequeñas maquiladoras y grandes fábricas así como la industria del entretenimiento: cines, centros de baile, cantinas y bares. Luego escaseó la cheve.
Todos esos trabajadores que dependen de sus ingresos diarios como taxistas, meseros, vendedores de piso, comisionistas etc se vieron perjudicados y en muchos casos perdieron su empleo.
Ellos, los emprendedores, los que se encomiendan a la ‘Divina Providencia’, se vieron acorralados entre la necesidad y el temor a contagiarse del aterrador coronavirus.
Algo había que hacer para salvar la economía familiar ¡Algo!… ¿pero qué?.
Fue entonces que el ingenio mexicano emergió como en cualquier otra crisis que este magnifico pueblo ha afrontado, y echó mano de las nuevas tecnologías que hasta el momento se usaban (y se abusaba) para el entretenimiento: las redes sociales.
Cierto es que Facebook ya no era tan joven cuando las complicaciones económicas del confinamiento social empezaron a causar estragos en la población, pero hasta ese momento la cantidad de mercancías que se ofrecían en el microblog eran de una cantidad conservadora: Vehículos, muebles, algo de ropa y artículos para el hogar lo mas común.
Pero para la segunda quincena de abril el ‘Marketplace’ se llenó de ofertas tan diferentes como chile de monte, queso de rancho, servicios de fontanería, albañilería, refacciones para muchos tipos de electrodomésticos, donas y enamorados, cubrebocas y guantes, asadores etc.
Además de esto y empujados por la necesidad, cientos de victorenses hicieron limpieza al clóset y demás rincones oscuros del hogar y sacaron a la venta todos los triques y chácharas que podían rematar. Eso además de unos cuantos que se pusieron ‘vivillos’ y acapararon grandes cantidades de empaques de cerveza que ofrecieron al 200% y hasta 300% del precio regular. Oferta y demanda.
Lo que antes se ofrecía en la red social como ‘impulsar tu empresa o negocio’ se volvió un servicio de consumo continuo: publicidad tras publicidad en la sección de noticias pasó de ser referente a marcas o tiendas de clase mundial a productos locales: desde barbacoa, neumáticos, lavado de salas y refacciones hasta clases a domicilio de yoga y terapias sudamericanas de quiropraxis… es mas, hasta la tiendita de la esquina y el puesto mas remoto de flautas y gorditas ideó estrategias de ventas en toda la ciudad apoyándose en los repartidores motorizados que pululan en la capital.
Nadie sabe a ciencia cierta cuento durará esta contingencia que asfixia a la clase trabajadora y que ha modificado cada actividad diarias de los capitalinos (cada vez esta mas limitado el andar de ‘pata de perro’ por la ciudad) pero una gran lección ha dado a nuestra conciencia colectiva: hay que buscar en alguna forma sobrevivir y salir adelante. Buena suerte para todos los lectores del Caminante.