“Muchas veces no casaba ser amigo del bueno porque te salabas, con una palmadita tenías”
Hoy en día sería difícil atinar quién será el próximo candidato para tal o cual puesto de elección popular. Antes no lo era tanto. Bastaba con conocer los deseos del poderoso dedo, ese nunca bien ponderado ser de nuestro pasado político.
Llegado el momento no tenía caso que hubiese elecciones si ya se sabía quién era el elegido y todo el mundo muy contento. No era extraño. Al mismo tiempo el pueblo ejercía la crítica contra el señor del dedo, cualquiera que este haya sido, pero volvía a ocurrir lo mismo.
Muchas veces no casaba ser amigo del bueno porque te salabas, con una palmadita tenías: “Compadre, tú para qué quieres, tú vas a estar aquí conmigo”. Los demás cuates se hacían súper secretarios.
La estrategia de la política, a veces innecesariamente, implementaba todos los artilugios actorales del teatro griego y del contemporáneo, había aquellos que lloraban por el país, por la patria grande y por la patria chica, los que cambiaban look, se hacían rayitos, se estiraban la máscara, quienes tomaban cursos de oratoria o los que hacen un curso de imagen en los Estados Unidos para tener más pegada.
Había aquellos en cuya trayectoria política se anotan puros intentos, puras convocatorias con candado, puros gracias por participar, de esta a la otra te toca. Y como se habían adelantado, sus estandartes quedaron desgarrados de uno a otro lado de los postes, muchas veces fueron bardas que duraron 50 años soportando los apellidos de un fulano. No fue su tiempo, no le tocó, vivió en el error, se fue con la cargada y con la bufalada equivocada. Hubiese bastado con una sola mensión de don Fidel, dirían en los corrillos.
En la tenebra, con tantito, sus seguidores se repartían los cargos antes de tiempo aunque después les diesen la intendencia, lo que importaba era estar adentro. Llegado el momento el cacique de un pueblo ya no quería ser alcalde pero en el pueblo nadie quería el cargo, nadie quería ser el títere, no por otra cosa es que se sacrificaban tanto y volvían a reelegirse.
Era común ver a los candidatos entre el lodo con sus pantalones caqui nuevecitos, las camisas almidonadas con las huellas digitales de las señoras. Eran días de gloria con la cumbia, la torta, el frutsi, en la jornada de corte de pelo, los postes hasta el tope de propaganda de un único candidato en este mundo. Todo esto según lo decía el presentador con amplia experiencia en el halago sobre un tapanco.
Se decía que la caballada estaba flaca, pero en cuanto se daba el nombre del candidato, engordaba a la vista de todos. Aquel, el elegido, era ahora un gran hombre cuya canonización estaría próxima en cualquier momento de no ser porque era grilla. Y muy traicionera.
Cuando el río sonaba era que llevaba agua, por eso cuando se daba el nombre, pronto se la hacían llegar sus respetos. Cuando éste entraba a un recinto, todos se ponían de pie por más que estuviera lleno. Si en ese rato lo desmentía todos se sentaban.
Era común decir que esperaran los tiempos y muchos se quedaron esperando, apoyando a otros. Eso sí, cuando te tocaba, aunque te quitarás, pronto el individuo cambiaba de estatus, malagradecido cambiaba el viejo carro y ponía al chalán que recibiera las llamadas para comenzar a estar en una junta cuando el asunto le incomodara.
No se podrá negar que había cierto mesianismo o endiosamiento hacia los próceres políticos, pero éste siempre fue premeditado y hasta cierto punto falso. El pueblo hizo leña del árbol caído, correspondía en mucho con la misma moneda de cambio a los políticos poco comprometidos.
Ciertamente hubo hijos del pueblo que llegaron y se encumbraron en aquella política de élite, muchos de ellos por lo mismo fueron queridos por la gente y hay escuelas que llevan sus nombres. Aunque también hay escuelas que llevan el nombre de políticos que nadie reconoce.
Para muchos habitantes del país las campañas políticas fueron el modus vivendi, desde el que condicionaba su voto y lo amarraba al mejor precio, hasta el que lo cambiaba por una despensa. Y había gente que organizaba la entrega, recogía credenciales, acumulaba nombres, se reunía en cuarteles inexpugnables, repartía dinero por las calles. Con todo eso, ya si no, los candidatos eran, hay que decirlo, bastante conocidos entre quienes manejaban el llamado voto duro.
Ibas a una ciudad y a los 2 minutos sabías quiénes eran los candidatos. Pues de ellos estaban atiborrados las estaciones de radio, las televisoras y los medios impresos. Los niños se sabían las canciones y se bailaba la cumbia hasta pasada la media noche.
Había convivios, gritos de consigna, caravanas de coches, mítines de proselitismo, marchas, visitas domiciliarias, reuniones en lo oscurito, y gente destapada como una botella de cerveza.
Los tiempos cambian. Hoy es difícil saber anticipadamente dónde anda el candidato que se siente con el apoyo necesario de la gente, con el amuleto de la suerte, con la bendición y todo lo que se necesite.
HASTA PRONTO.