Aquí estoy frente al espejo como frente al cuadro, en una ventana por encima del cuadrilátero. Mientras elijo las armas, el cuadro con quién voy a pelear, viéndome venir ha puesto la tela en blanco como en duda, de donde sangran los fantasmas. La pelea es infinita aunque podría concluir en cualquier comentario.
En este espacio entre el sudor y el humo negro de mi contrincante busco el primer bosquejo de una nube, el rostro desencajado de la manta, una mano desenterrada. Un punto deliberado antes de asestar el primer golpe.
Por mis nexos con el color negro es que sale el primer trazo, se acomodan algunas tablas, el marco se sacude los volúmenes gruesos y sólo deja pasar los detalles como el aire.
Antes de llegar fui un miserable y ella era una tela exhibida en un gran rollo de cortinas y manteles. Coincidimos aquí ciegos y tardíos a esta república. Tengo mucho que aprender de la nada con que uno se presenta.
Por fin aparecieron sujetos en la tela, es una cabeza barbada y de lado una mancha muestra el perfil sereno de otra persona, ignoro quienes sean. Atrás el fondo fórmula la intensidad del negro favorecido por la soledad de las noches sin luna.
Espero seguir siendo el artista y tomo el pincel plano para aplanar la pandemia de los cuerpos rojos, luego de una gran marcha. El negro hizo una combinación gótica pero un castellano la envolvió en la bruma, aún no aparece el castillo encantado. El rey pasa por enmedio de la plaza.
Pinto el cielo azul con dos nube secas, de rato saldrán a comer los trabajadores que preguntarán de a cómo son los tacos. Un toque de tinta bosqueja a un sujeto y su sombra es correcta, la sombra es una pintura abstracta. Es la sombra extraña de un hombre que se mira al espejo y lo pinta.
Con la paleta trato de derribar al contrario que dibuja ciudades, te absorbe el espacio como el pueblo, se hace de tiendas, comisario en los bailes de cachetito, una forma sin penumbra, y la sombrilla con métrica falsa.
La primera pincelada es como la pisada. Nadie sabe a dónde irá realmente con su respiración de principiante, con su color ingenuo.
Frente al cuadro la segunda pincelada es bajo riesgo propio. De ahí en adelante es pintar lo dibujado por el manto, luego como quien sube y baja de un caballo se aleja de la habitación, de la ciudad, de la calle aquella para siempre. Pero el espectador se queda y sigo viendo el cuadro que nadie mira, el primero que hubo en ese marco.
La manta pintarrajeada aún en la imaginación, nos estalla sus días de gloria con desfile de carruajes de época y carnavales. Faltarían días y aniversarios a varías cuadras de aquí.
La tercera pincelada muestra el error o al artista diestro y siniestro. Al parecer me equivoqué, debo un rojo sangre, un parche, una botella sin necesidad de ir a la esquina.
De regreso me instalo en un hotel de 5 estrellas y veo el techo, el abanico hecho madre. Entinto lo que queda y vuelvo al cuadro con las manos empapadas.
Antes del espejo que era donde estaban las manos y los lirios, se respiraba por los cabellos. El pincel es un bálsamo de madera, una tabla después del naufragio. Así que estoy perdiendo y caigo, el cuadro muestra su asombrado y compasivo rostro al público. Voy y lo veo de nuevo ya instalado en el último espacio del altiplano, donde nada llega en lo que llueve y no se notan ni hay gotas de una lágrima dibujada.
Antes en el cuadro se volcaron todos los cuadros, los carros por las avenidas, no había boulevares, se quejaron los colores, un diluvio borró todo acá y el nombre de las últimas calles. Quedaron estos restos de otros, un parche, los rincones humedecidos en los ojos lagañosos de los espectadores. Quedó mi cuadro deshecho, concluido, exhausto frente al espejo.
HASTA PRONTO.