Basta ya de tramoyas diseñadas para preparar un régimen de corte autoritario.
Con los episodios que se iniciaron esta semana se montará un circo de varias pistas en el que danzarán los escandalosos abusos de los casos de Odebrecht y sus anexos de Etilenio 21 y Agronitrogenados. Será la plataforma en que se remache la lección de cómo la corrupción marcó los regímenes pasados. Se trata de destruir las estructuras políticas heredadas y en su lugar cimentar la 4T. El patrón es claro. De no suceder algo inesperado tendrá éxito.
Sin duda son justificadas las acusaciones de AMLO al sistema del capitalismo empresarial que la Revolución de 1910 acabó por establecer, estrenado primero con el “desarrollo estabilizador,” sostenido por la coalición de empresarios y políticos, para luego confirmarse en los subsecuentes sexenios, hasta alcanzar su repugnante clímax en el gobierno de Peña Nieto, summum de corrupción.
Si un modelo socioeconómico
y político tiene por finalidad alcanzar un desarrollo general justo y equilibrado, es obvio que nuestra realidad actual muestra que los gobiernos mexicanos de los últimos años no han hecho más que dejar a las mayorías en condiciones lamentables en materia de salud, educación y justicia social.
Independientemente de cualquier esquema que hubiésemos adoptado, desde hace muchos
años una vergonzosa corrupción
se adueñó de nuestra sociedad, bloqueando la posibilidad de desarrollo incluyente. Los progresos tecnológicos y financieros beneficiaron ante todo al grupo selecto de individuos que, por cualquier razón, llegaron a colocarse en condiciones de privilegio, dejando a un lado a las mayorías ansiosas de atención.
A la consolidación de esta fórmula también contribuyeron muchos hered,eros de las gestas de principios del siglo XX, que, en la subsecuente pacificación y cambios, sucumbieron al atractivo de arreglarse con los intereses del alto empresariado, identificado en muchos casos con el extranjero como en la banca, transportes, industria pesada, farmacéuticos, energía o comunicaciones. El éxito político actual de AMLO se explica al menos por dos razones: su constante martilleo en la conciencia popular sobre la penosa realidad nacional y su promesa de remediarla.
El esquema es familiar en muchos países. Los abusos e injusticias prohijadas por los grupos privilegiados provocan la reacción popular en cuyos hombros se alza el nuevo programa que propone soluciones justas y promete los frutos de una utopía difícil de alcanzar. El cambio se produce.
Pero la historia también presenta el siguiente episodio del desorden que la transición provoca y que obliga a disciplinar el empeño para asegurar su éxito. Se decretan mecanismos que reprimen la libertad y se reglamenta la realización personal. Un nuevo grupo corrupto esquiva las restricciones. Nuevos actores, astutos y ávidos de riqueza, se instalan en la comunidad.
Después del fracaso pasan años para restablecer la concordia y recobrar el potencial nacional en libertad. Pero, en el lapso del fallido experimento social, muchos recursos, y hasta vidas, se sacrificaron.
La película no termina aquí. La naturaleza humana no aprende de sus errores, miopías y egoísmos. Otro capítulo de irresponsabilidades repetirá el ciclo.
Es indispensable entender, sin embargo, que la corrupción surge espontánea de la condición humana y que no es sino uno de los vehículos de los que se valen los oportunistas para ganar riqueza, ventajas, influencia, favorecer sus intereses y perpetuar su poder desplazando los derechos y aspiraciones de las mayorías.
Algunos países han aprendido a controlar la corrupción poniendo un dique, implementando medidas de castigos severos, destituciones y encarcelamientos, incautando las riquezas mal habidas.
Varios estudios recientes proponen fórmulas para el reparto justo de las riquezas a través de medidas fiscales que enderecen las distorsiones e inequidades que hay que corregir para no detonar el nuevo ciclo que se repetirá cuantas veces los que gozan de privilegios caigan en las mismas irresponsabilidades antisociales.
En estos momentos presenciamos los escándalos de tan altos niveles que se publicitan. Es acertado el empeño del Presidente de la República por acabar con la corrupción y todo lo que significa. No debemos permitir, sin embargo, que esta cruzada sirva de pretexto para establecer, con sugestivos lemas, sistemas autoritarios incapaces de producir el bienestar y la justicia, que es la meta a la que todos aspiramos para nuestro país y que no se alcanza sin un sabio respeto a la libertad.