Existes entre miles de objetos y seres que se mueven o permanecen inmóviles. Te mueves sigilosamente intentando llevar el paso por la banqueta sin bandera, tratas de no chocar con nadie. Saludas al primer toque de diana antes de la guerra.
Existes entre los colores y las formas, en el hueco que dejaste de alguna manera haces falta. En otra parte y en esta has existido, alguien te vio llegar, los vecinos saben tu nombre, una señora comentó que aquí vienes de nuevo con tus pasos de pato.
Veterano de una guerra, aún no sales de ella a media cuadra. Desde las pedradas cayendo, la noche negra en una ligera lluvia. Entre la multitud escuchas una palabra clave y volteas a buscar pero son muchos los que la escucharon, todos la buscan entre la muchedumbre.
Eres el ruido de la existencia, estopa sucia de las piedras redondas, el silencio de la ropa en el suelo, existes como una denuncia pública y anónima, tú mismo denuncias y disparas, estás en la barra. Quieres decir algo, pides otro tequila doble en la barra y una cerveza de lata. Tranquila señora, nada más es una. Ante el ruido rojo de los semáforos, el verde pasa con sus árboles y la sombras en las paredes, el ámbar estaciona su carro a una distancia considerable de los mapas, esto es real. Por las casas ronda el temor de la noche y una calle solitaria.
En el olvido de hace rato, en los nuncas donde no hablaste, hay manos tuyas en la memoria de la sombra, datos que me dieron la formación de los dedos frente a los problemas. A todo eso se existe antes y después de haber pasado por muchos almuerzos con refresco de cola.
En la fotografía que te tomaron ahora en las manos, hay personas, 2 casas, un perro detrás de otro, y llena de ónix, una mancha difunde a lo lejos que sólo es una nube.
Existes bajo la lluvia durante las tardes, en la metáfora. Sobrevives en la ciudad desde un pájaro que prende y apaga los intermitentes. En la imaginación de cada esquina arrancas de nuevo y piensas en la existencia.
Pensar que existes nada más para ponerte la camisa verde, la oscura noches fechada a las 12, te existe, eso dicen. Amanece y con eso tienes para el resto del día que te pica el rostro, consume minutos sin saldo. Llegaste a creer que existías. El día no escribe tu nombre en arena, eres tú con los pies, con tus callos y coarteaduras de concreto.
Existes por parte de la bicicleta, los gatos negros, los lentes oscuros, pedaleando, eso se sabe. La tarde ha desmantelado las calles que prometiste y antes bebiste agua de la ciudad con tranquilidad, como si realmente existieras.
Te ha visto tu bicicleta inclinada para rodear la glorieta, acechar la calle que viene para pasar sin riesgos y nadie.
Aún así existes sin mucho esfuerzo y parece que te aferras, despreocupado, porque en los sótanos y en las terrazas, en los puertos y tierra adentro, entre el cielo y el infierno, amas la porción del aire que respiras y el pedacito de mundo en el cual despiertas todos los días.
Ya te pellizcaron una nalga, te dieron una cachetada, incluso te besaron para que comprobaras lo que duele la vida. En la calle has visto crecer los arbustos como seres humanos, el zacate alto de la cuarentena es el centeno que cuida las casas y a los árbitros que no arbitran ningún partido.
Aquí vienes, puedo decirlo con tu nombre adjunto, del otro lado donde te mueves puedes dejar de contestarme, inútil es el silencio, el que te ocultes tras otros apellidos, con otro nombre. No se vale esconderse atrás de los dos ojos llorando, sólo existes. En los pasillos nadie se a molestado porque caminas con estilo. En los pisos de rembrandt, relumbrantes, el fondo es un gran túnel donde entra el resplandor de la calle.
Aquí vienes o vengo, profano, pecaminoso, despeinado, perdonado agazapado como un gato. Vengo, vienes al museo de la música, al mustio corazón dibujado con un tatuaje. Vas y vengo, es lo mismo, existiendo, pegado a la pared como graffiti hecho con la otra mano, con un cincel y un espátula triste, con tinta de esa que oscurece las noches de la ciudad sin gente.
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA