Cuando el escritor escucha que viene alguien, dice que son muchos; si no es nadie, se asoma a la calle, sale y se vuelve su propio personaje.
El escritor se sienta, toma la pluma o frente al ordenador abre la puerta de su casa. Allí están todos los protagonistas de sus poemas, las risas en pugna, sus clientes esteparios, sus lentes extraviados una y otra vez, el aire para respirar en medio de los árboles. Le indican unas escaleras para subir al estrado, pero el escritor prefiere el ras del suelo, para apreciar mejor la obra de teatro desde la suela de los zapatos.
Es escritor quien escribe la primera palabra y la pinta. La dibuja primero en las paredes, como la va encontrando va rayando la calle. En un instante llueve y truena, bajo el agua el escritor le escribe al fuego, en el fondo a donde nadie a ido.
Es increíble verlo escribir, ver cómo cada palabra llevada a sus últimas consecuencias gravita sobre las personas, se apropia de ellas, de los objetos que una vez plásticos adquieren formas extrañas, paisajes difíciles de imaginar pero reales.
Con un mismo tono la voz melodiosa va pasando en cada renglón, musicando, haciendo pequeños altos y esperas, luego despacio de nuevo escribe, como un bálsamo para la hoja en blanco.
Escribe sin preguntas, sin el cuestionario gratuito que es la vida. Escribe de objetos sencillos, pequeños movimientos inperceptibles para el ojo humano.
Con la pluma deslisa la mano hasta tocar la pelusa del pétalo y sentir la suavidad de la palabra exhalada en el instante. Cuando ya no queda otra, más que escribir escribe a esa soledad acumulada.
El artista dibuja la emoción tenue en el ríspido recipiente de una frase que se acomoda al instante. La tibia otredad de escribir a la nada perfila su locura hablada con tinta, abandonada a su suerte sin garras, sin la tropa, sin el habla. Pegada con chicle motita.
Escribe y escribe más que dice, más que leer o ir al baño, más que sudar la playera, más que correr y pensar, más que el tiempo sin tiempo bajo las venas, en el cuerpo entero, con lo que se tenga a la mano, con un fierro, con el esqueleto, con un filoso machete, con el impulso de la existencia en un cuarto de hoja.
Quién escribe escribe para ser escuchado, nunca para sí mismo. En en un tiempo no muy lejano, acaso ahorita, alguien lee el texto que al ser leído se escribe de nuevo.
Cada palabra es producto de una sacudida al horno, entre la cizaña el trigo más oculto es el más perseguido, el más perfecto. Entre otras cosas la palabra resulta de otra, y el mundo gira buscando la palabra única con la que se empieza y termina.
Es escritor quien escribe una letra, luego una palabra. El escritor se desprende de la tierra y escribe sobre el planeta desde lo alto de una cubeta, en una silla rota, al reverso de un mensaje con un ultimátum para pagar la renta.
El escritor dirime la lista del mandado, es un viaje en donde el tomate habla y la cebolla es aceptada en una fiesta de disfraces. El drama del escritor es cuando se detiene y descubre un auto de alquiler en el desierto, sin cuartos traseros, sin direccionales inútiles. Y sube a él con el alma de sus profanos diccionarios.
El escriba le habla a su sucesos, a su silueta, y acude al espejo para creer que aún existe y no sólo es un montón de palabras contradictorias.
HASTA PRONTO.