Por Rigoberto Hernández Guevara
Hay sonidos en el espacio que conforme al desarrollo de la cultura tienden a desaparecer. Son artículos efímeros y otros que son sustituidos por aquellos más objetivos y cortos.
Al interior de las casas se desvanece el paso del ruido por los enseres y el agua. La gente encarga comida. Las grandes ventanas son un espacio para el aire acondicionado, la casa es un cajón adentro de una fachada, la casa es una casa adentro de otra.
Predomina el rumbido de los carros que crece y se apaga afuera, las llantas nuevas sobre el pavimento, el motor tranquilo en la noche. De ese modo hay artículos que sustituyeron al martillo, al viejo serrucho, al cincel, al colesterol callejero. Ya no hay fragua ni el martillazo a lo lejos de aquel tiempo en el 11 Guerrero.
Tampoco se escucha el golpe de una canica con otra, ni el grito criminal de quien gana, ni se oye el acordeón en el radio de pilas amarillas. No se oye el gol del equipo local antes de que le metan uno. Ni la afición de lejos desgañitándose contra el árbitro sereno y ceremonioso, amo y señor de ese momento. Si quiere marca un penalti. Ya ni un penalti se escucha.
En cambio las casas son un videojuego que terminas perdiendo. Un tiempo irás con el enemigo que te acecha repentino, que sale del baño cuando bajas las escaleras. Cuando entras a ver quién falta, faltas. Adentro de esas casas sólo se escuchan gritos espantosos, seres que perdieron puntos y una de las dos vidas que les dieron a las 3 de la madrugada.
Apagas las luces y en la oscuridad la otra casa se arremolina abajo del techo, sobre el viento se mueven las cortinas, hay un poco de luna menguante y una rama atravesada en la ventana, el único ruido lo haces tú echando aire por las narices.
De alguna manera se escuchan las nubes cuando cae la lluvia, casi se escucha la humedad de la tarde con sus calles. Pasa una moto y el motor batalla con la carga. El verde hace que el mundo desaparezca y escape de la visión simple de las palabras.
En la siguiente cuadra el trasteo de los comentarios es por las boyas. Sabes el minuto en que se producen antes de levantarte y puedes contar los primeros cuatro antes de actualizar el Twitter. No pasa nada, dices, y todo pasa y nada queda. Eso dijo Serrat. Como el ruido o el sonido de una rola, uno y todos dejamos de cantarla, hasta que eres muy chingón si las recuerdas.
A todas horas escuchas canciones, pones atención y son varias en el cuadrante de varias cuadras a la redonda. Estás rodeado por los gruperos, por las bandas y rockeros del barrio. Tienes que salir pronto pero nunca sales, hasta te gusta y eres el peor cantante. Mejor cállese, se escucha la voz de una señora en la oscuridad, con La Sonora Matancera. Qué esperanza de que rebuzne un burro o cante un tecolote como en el rancho.
Una sirena casi sale en la foto con varios rojos, pasa por las calles iluminándolas, es una pero parecen muchas y vienen de todas partes. No ha pasado, dice una muchacha aunque vaya lejos. Pasa otra y ya nadie se fija. Alguien estornuda.
Durante el día los emblemáticos grillos pierden su liderazgo, ahora es una bici, un carro, un rechinar de columpios, una puerta que cierra, unos pasos, un taconazo, un encendedor encendido, una canción, el silencio mismo juntos.
Con los méritos suficientes- al menos eso piensas- te armas de palabras y las dices. Qué ocurrencias creer que te escuchan mientras arman un automóvil, pegan una piedra con otra, enderezan varilla, le hablan al de la basura y la sacan a media cuadra.
Entonces buscas los huecos del queso gruyere para escuchar y escuchas más allá del perro que ladra en la esquina, de quien lija en el patio una tabla infinita, del tronido de las llantas al dar vuelta entre las piedras, el despacio murmullo de una charla lejana, improvisada contigo mismo.
HASTA PRONTO.