POR JORGE FALJO
Falta poco, apenas 51 días para el martes 3 de noviembre, día de la elección presidencial
norteamericana. Se enfrentan el presidente en funciones Donald Trump y Joe Biden, que acompañó
como vicepresidente los ocho años de la presidencia de Barack Obama.
Estados Unidos no tiene una democracia ejemplar y sus principales defectos tienden a favorecer al
candidato en el poder, Trump.
Entre sus defectos se encuentran que toda la maquinaria electoral es operada por partidarios de uno u otro partido. Son los gobiernos locales, de los condados, los estatales o el federal y en todos los niveles puede haber chanchullos. Un gobierno local puede limitar el número de casetas de votación y ponerlas en sitios a los que no se puede llegar a pie o en transporte público; de ese modo dificulta que puedan votar los de a pie.
Los gobiernos estatales, los congresos, con frecuencia delimitan los distritos electorales de maneras extravagantes haciendo concentraciones o mezclas de grupos de votantes, por barrios y secciones que les aseguren ganar un mayor número de distritos y, por tanto, de representantes de su partido en los
congresos estatales y el federal.
A nivel federal es sonado el caso del donante multimillonario que Trump puso al frente del servicio postal y que lo empezó a sabotear quitando cajas receptoras de correos, máquinas para el manejo de paquetes, despidiendo personal o eliminando horas extras. Incluso avisó oficialmente a los gobiernos de los estados que los votos por correo muy probablemente no podrían ser manejados oportunamente.
Otro defecto mayor es que cada candidato y cada campaña se mueve con dinero que se obtiene de donantes voluntarios.
“En el caso de la economía de libre mercado el efecto reina roja puede aplicarse a la competitividad. Se puede hacer un notable esfuerzo en mejorar la productividad mediante avances tecnológicos para finalmente seguir estando en el mismo nivel de competitividad”.
Hay de hecho dos campañas simultaneas; la política, que incluye viajes, decenas de miles de activistas, miles de millones de dólares gastados en anuncios en todos los medios. La otra es la campaña para obtener fondos de donantes voluntarios, directamente a la campaña o a organizaciones afines que también promueven a los candidatos. Día con día los medios suman cuánto dinero ha recibido cada candidato y esto se convierte en uno de los mejores pronósticos de su posible éxito o, por el contrario de que tendrá que abandonar la carrera por falta de fondos.
Trump, que ha regalado miles de millones de dólares en reducciones de impuestos y oportunidades de negocios a los más ricos de su país, es el candidato con una mayor bolsa de fondos. Al 21 de agosto pasado Biden había recibido 699 millones y Trump 1,210 millones de dólares para sus respectivas campañas. En el mes de julio Biden consiguió 66 y Trump 127 millones de dólares. Claro que el dinero no lo es todo. Pero pesa mucho. Trump puede gastar mucho más en anuncios y tiene, además, la mayor atención que le prestan los medios por ser el presidente y porque sabe llamar la atención.
Un tercer defecto de esa seudo democracia es que no todos los votos pesan lo mismo. Por ejemplo, el estado de Wyoming con 563 mil habitantes elige dos senadores; California, con 40 millones de habitantes también elige dos senadores. Algo similar, aunque no tan extremo ocurre en el llamado colegio electoral.
Hay estados en los que 200 mil votantes tienen un representante en el colegio electoral, en otros estados hay un representante para 700 mil votantes. En 2016 Hillary Clinton tuvo tres millones más de votos que Trump;Trump ganó porque tuvo más apoyo en estados rurales de poca población, pero mayor peso electoral relativo.
Pese a tantos sesgos a su favor hay fuertes indicadores de que Trump va a perder la elección presidencial. Para empezar prácticamente todas las encuestas favorecen a Biden, aunque igual en 2016 favorecían a Hillary.
Trump es su propio enemigo y hay que recordar que el pez por su boca muere. Así que bien puede ganar
Biden.
Y, si gana Biden ¿qué pasaría? Estados Unidos iniciaría un profundo proceso de transformación.
No tanto porque Biden sea un candidato muy progresista, liberal dirían los norteamericanos. Lo que pienso es que la población lo empujaría a cambios profundos.
Por ejemplo, una de las mayores controversias entre republicanos y demócratas ha sido el tema de la
salud. Los republicanos han atacado fuertemente al llamado Obamacare y a todo intento de “socializar” la medicina. Tienen un sistema de salud privado extremadamente caro y no muy eficiente en comparación con otros países industrializados. Hasta ahora los que estaban fuera del sistema y en malas condiciones de acceso eran sectores relativamente marginados y sin peso político. Pero la pandemia ha hecho que más de 38 millones de norteamericanos pierdan sus empleos y, como resultado cerca de 27 millones pueden perder el seguro de salud que pagaba su empleador; muchos pueden saltar a un seguro subsidiado por el gobierno, pero millones se quedarán sin seguro en un país donde la salud es extremadamente cara.
Esta situación se convierte en el mejor argumento para que la población impulse en los próximos años y si gana Biden la creación de un sistema de salud pública universal. Algo que tienen ya el resto de los países industrializados.
Los devastadores incendios en la costa oeste y la mayor fuerza de los huracanes que llegan a la costa este, más las noticias del rápido deshielo de los polos y el cambio climático evidente, son argumentos convincentes en favor de una nueva política ecológica.
Millones han salido a denunciar en las calles y los medios las múltiples discriminaciones e inequidades de su sociedad. Primero fue la exigencia de un trato diferente a las mujeres y en las últimas semanas la exigencia de poner alto a la brutalidad policiaca en contra de la población de afrodescendientes.
Estados Unidos es un estado policiaco con la mayor tasa mundial de población en la cárcel.
Lo que se demanda es menos policía y más servicios sociales, de vivienda, de salud mental, de
mediación de conflictos domésticos, entre otros.
Millones de estudiantes han salido de las universidades con deudas que posteriormente descubren que son impagables con los empleos de bajos sueldos a los que pueden acceder. Educación gratuita es una nueva gran demanda de los jóvenes.
Gran parte de los empleos perdidos no regresarán. El gobierno norteamericano tendrá que generar empleos en grandes programas de obra pública y/o establecer un ingreso básico universal.
Si Biden gana será empujado a la izquierda por un pueblo que demuestra una alta capacidad de movilización.