MÉXICO.- La gastronomía por excelencia es historia comestible, ya sea porque a lo largo del desarrollo de un platillo se experimenta con especias, alimentos y porciones; o porque alrededor de ciertos platillos se configuran hechos y situaciones históricas trascendentales para un país.
México es uno de esos países en los que su historia está íntimamente ligada a su gastronomía. En cada bocado de los hoy llamados platillos tradicionales, se albergan mitos, anécdotas y experiencias que nos remotan a un pasado prehispánico, colonial, libertario, revolucionario y hasta neoliberal.
Los platillos más ancestrales y típicos aún se llaman por sus nombres originales e inspiran orgullo al ser un vestigio de nuestra cultura indígena.
Tal es el caso del zacahuil, un enorme tamal al horno que en la región de la Huasteca se sirven sólo en fiestas importantes, y que por su gran tamaño puede alcanzar hasta para 70 personas.
Pero, ¿qué tan cierto es que originalmente se preparaba con carne de hombres condenados por el delito de violación contra una mujer?
Según los relatos de la época prehispánica, transmitidos por cronistas, en 1468 había un hombre de edad avanzada que era enviado por Moctezuma a recaudar el tributo entre los pueblos subyugados.
Su nombre era Quimichtín, pero en la región le apodaban Huehutli, que significa “viejo libidinoso”, puesto que este líder mexica era muy dado a abusar sexualmente de las mujeres vírgenes.
A su llegada a la huasteca, Huehutli se dedicó a sacrificar niños recién nacidos para chuparles la sangre, según él, para recuperar la juventud y para tener más virilidad, por lo que cometía numerosos abusos sexuales no importando la edad de las mujeres.
Esto molestó mucho a los huastecanos que a fines del reinado de Axayácatl -sobrino y sucesor de Moctezuma Ilhuicamina-, se revelaron y se negaron a seguir pagando tributos a los aztecas.
Liderados por un joven guerrero al que llamaban Iztacoyotl, se enfrentaron a los mexicas tomando a Huehutli prisionero, a quien mataron, lo desollaron, lo en volvieron en masa martajada y enchilada, y lo cubrieron con hojas de kuaxilotl o plátano y apapantlilla.
Después lo metieron en un hoyo enorme en la tierra donde lo llenaron de piedras y lo cubrieron con brasas.
Tras guisarlo, las mujeres mancilladas por este tirano fueron obligadas a comer el platillo dentro de un ceremonial con el cual limpiaron la afrenta recibida por el hombre, gritando jubilosas “tlanquecualantli” (se acabó el problema).
Desde entonces y por tradición -se cuenta- en guerras y batallas, a los enemigos que tomaban prisioneros los sacrificaban y se los comían convertidos en zacahuil.
Esta es la leyenda de un platillo que hasta en nuestros días se puede degustar en los estados de Hidalgo, San Luís Potosí, Tamaulipas, Veracruz y Querétaro y cuya traducción exacta es la conjunción de los términos huastecos “chacahuil” o tenek, que se traduce como tamal grande enchilado y atoloso.
Aunque no está del todo comprobada esta historia, lo cierto es que un actualmente versiones miniaturas de este platillo se pueden consumir en diversas regiones de la Huasteca, y aunque no son los tradicionales, los cuales llegan a pesar más de 5 kilos y tener una longitud de 70 centímetros, su sabor no de merita en nada a los originales.
CON INFORMACIÓN DE PACO ZEA