CD. VICTORIA.- Si estás lejos de la ciudad trata de llegar a tiempo para que veas el otoño cómo empieza con su espectacular caída de hojas por los bulevares y por la Alameda 17.
Recordarás que esta ciudad es como otras de México, con sus esquinas anguladas y fileteadas perfectamente hasta en las orillas, donde una raya nos une y nos divide. Hay vidrios rotos como en todas partes pero también cristales que brillan y estallan en los ojos.
Las señoras originarias siguen teniendo la voz gruesa y aún son mandonas matriarcas de familias completas, la gente se sabe sus nombres, construyen la ciudad con sus manos a ojo de amo sobre los excelentes albañiles que tenemos.
Aquí está la ciudad dando vueltas como un reguilete, y si observas bien, hay más de lo que se mira. A veces triste y lluviosa, en ocasiones de fiesta con sus flores de colores: los rosales con sus rosas rosas y las flores blancas con ensoñaciones amarillas parpadean en las anacahuitas.
Un rol basta para reconocer la ciudad como quiera que sea. Hay canciones bonitas como los colores armoniosos con que la gente pinta sus casas y adentro se juega la lotería en familia desde la bisabuela.
En los patios hay rasgos del carácter inquieto de los chiquillos pequeños, tractores descoloridos de hule y gastados hasta el cansancio, pelotas ponchadas, trompos sin guijos. Un perro ronca todo el día en su casa de madera y ladra de vez en cuando a la luna llena.
La noche pasa ligera con bastantes estrellas después de octubre, antes de que empiecen los villancicos en la tierra. Queda gente que te saluda sin conocerte, son los de antes, te saludan antes de cobrarte, antes de reír contigo, mucho antes de una palabra ofenciva.
La estación de autobuses ya es insuficiente, en contra de que muchas personas viajan en coche y otras no viajan, se quedan para siempre. Si estás lejos de esta ciudad que dejaste, vuelve a verla con los ojos cerrados, a la distancia, verás cómo es que creció una palma, se transformó una plaza y se llenó de recuerdos la casa.
Alrededor del estadio todavía hay parejas que se abrazan, se besan y se resisten a retirarse aun con la fuerza pública. Los fines de semana se cumplen años aunque no se cumplan o se celebran éxitos escolares, bodas y quinceañeras con sus bandas gruperas.
Con el viento recuperarás la nostalgia de cómo dejaste las calles cuando partiste. Procura llegar antes de que se vayan las aves al otro continente. Procura llegar antes del otoño, pero si ya es otoño, dibuja las hojas en el aire, acuéstate en esa alfombra suave de hojas que desquebrajan, abrazan y se estremecen en los jardines del paseo Méndez; en la imaginaria, piensa en en la nada, en el árbol que surte el aire, en el verde y la sombra amplia.
Si vas llegando, no te apures si entre las hileras de luces ves las calles solitarias y algunas en penumbras, hay poca gente, la ciudad se reserva esa premisa demográfica, crece a sus anchas pero la gente, según el Inegi, es la misma.
Ya estamos sonriendo espontáneamente, nos envuelve el ruido de quienes llegan a la central camionera. Comienzan a bajar de un autobús las personas, caminas por el andén numerado hasta la puerta donde alguien te abraza, caíste a la ciudad y ahora buscas una almohada, un café hervido, una silueta reconocida de lejos que te dé la bienvenida porque llegaste a Ciudad Victoria.
Aquí después de muchos años somos los mismos, nos parecemos a nuestros padres y hoy tenemos hijos que se parecen a nosotros. Nada es extraño si sabes verlo con otros ojos, sólo que este es el umbral del otoño de 1978.
HASTA PRONTO.