Cada palabra como una calle es un cuento de la última noche. Cuando amanece, en un viaje hacia adentro las palabras son el reflejo del color en la palabra más bella escrita.
El aire copia la voz como si la mirara, el pelo es el arruyo de una palma crecida en la ventana. Un lápiz en mi condición de labios centra el cuerpo desde el fuego hablándome.
En las paredes de las lámparas estamos todos. Estamos todos, van llegando las palabras, los ojos que asombran y sostienen la casa. Los colores amarillos y azules son cardos a la vez.
De qué color son los colores bajo el agua donde hay extrañas estrellas. Estamos todos.
En los rostros hay cejas que vuelan incansables sobre pequeñas aves en un tren que sucede en los ojos, es un estrecho camino en la curiosidad de leer un libro. Al borde de la hoja, en la distancia geográfica de las manos, hay voces en la penumbra de sobreviviente y camina cada uno de mis pasos.
Canto porque la ciudad es la poesía, la ciudad que brilla y una vez latir es un poblado, una mirada que se necesita en una estación bonita. Estoy tan cerca que puedo saber el color de una lámpara apagada. Ojalá que las paredes tengas sed como las mías.
Estoy tan cerca como la hoja a partir de un norte, en la ventanilla desde donde la casa ve el mar. Ciudad Victoria parece una estación de trenes bajándome del sueño.
En el más allá del todo mientras el azul se corta con tijeras al borde de una aura, cuidando la madrugada.
Al volver, la ciudad nos habla al oído que se escribe asimismo, tinta que dibuja el fondo de la mente.
Esa es la ciudad, afuera de ella tal vez la vida exista. La ciudad es un árbol en su condición de sueño por la tarde, en las noches que se encienden en las esquinas, en la tierra negra que cae sobre las casas como buques. Sobre dos mundos se puede hacer un espacio de cielo a un lado del viento, un espacio de piel, una estación apagando los labios con la luz encendida, con la tinta que escapa de las venas para decir unas palabras.
Ciudad, es difícil saber por qué calle empezar buscándote en ellas, porque te hablo en todas partes de las huellas, en el corazón de cántaro, en la voz que ilumina una sola calle. Desde un fragmento de aliento entras abrazando los recuerdos a cada rato nuevos.
En ese exilio, cuando ya nadie quiere cambiar el mundo, tienes un rayo de sol que atraviesa los jardines en el aire libre, en el sudor junto de todo el día llover juncos en las plazas, en el mundo de flores a la orilla de los Boulevares. Más allá de los altos edificios, de las casas bellas, de las decadentes aviones, eres poema al borde del desequilibrio. Hice esta ciudad con dos manos como hombros y luego un extenso llano que corona el pan a media cuadra y ya estamos todos en la metáfora.
En el plumaje de una tempestad, en los desamparadas bicicletas, en las noches de kioscos, en la esquina de un cuarto a oscuras, una pandemia en los ojos de la calle, en esa profundidad del mensaje razonable, bajo las cenizas de alguna forma nos abrazamos en la noche apagado el foco. Amanecemos como un abrazo pequeño.
Amanece, luego te das cuenta. Piensas y sonríes vuelto a los lentes, al azúcar, al pan, a la mesa de arcilla, a un desprevenido par de manos atrapado por otras.
HASTA PRONTO.