Cae el otoño con su viento que seca las camisas, las envuelve en banderines de colores. Esa es la vida de las últimas mariposas en la vista. Luego comienzan a caer las hojas, las otras mariposas de los árboles.
Es también el primer frente frío que se alquila en la ciudad desprevenida. No hace frío atrás de las bardas donde el sol raya.
El viento hace estragos en pequeños papeles con recados, remedios caseros y un teléfono de los de antes anotado sin el nombre del propietario en medio de un remolino.
El día se espabila en la variedad de canciones que salen de las casas cuando alguien pasa. Los escuchas son personajes del barrio, ahí nacieron, saben cuál canción sigue y a quién se la dedicaron.
Con bolígrafo rayamos el otoño en el mismo cuaderno por donde hicimos los parques y las plazas.
Las fotografías tienen de fondo el ónix tenue de las hojas secas, el café seco casi tierra en el polvo en las manos.
Los sonidos se acompañan con voces que bajan el volumen para que pase el cruce de una lámina en las percusiones de las casas. Son del otoño los paisajes de la nostalgia con su crepúsculo rojo y un gran árbol seco antes en primer plano.
Una pareja ausente en una banca. Un hombre Solitario en el que nadie se fija, pero allí había estado antes. Sin el otoño tal vez llegaría más pronto el invierno. Algunos de nosotros que nacimos en esta estación quizás no habríamos nacido. Nadie hubiese abierto la puerta aquella que se abrió con el viento, ni se hubieran conocido él o ella con una sola vez que se vieron.
Nada quedó en el verano, el viejo autobús del otoño comenzó su marcha con con viento, luego de una tregua abordamos las banquetas, aprovechamos para ver la montaña naranja, el azul del cielo blanco y lo que se pueda ver que se vea.
Quién termina de barrer se entera que a esa hora hay hojas por todas partes, como si alguno de sus amigos lo estuviera regando a propósito o distribuyéndolas amablemente, con equidad de género y toda la cosa por el suelo, con gran éxito. No se apure señora, ahí viene otro viento.
Entonces las calles son correteadas por las hojas que a su vez son perseguidas, por nunca se sabe quien, hasta que desaparecen las calles y las hojas y ni una foto.
Habrá hojas en medio de las hojas de un libro planchadas todavía, con el morado que agarran algunas hojas cuando se secan, no recuerdo cuáles, creo que son las de maple.
Habrá hojas escondidas abajo de los carros o encima pidiendo agua, habrá hojas ya resignadas en la basura, dobladas acaso, quebradas en el crucigrama.
La luz de la lámpara tiende a desaparecer, se oscurece, uno que otro sale con el viento empujándolo o en contra sobre una bicicleta subiendo una montaña o bajando la loma con el viento en la cara.
Es el primer frente frío que digamos y hubo quienes sacaron chamarra que no encontraban, la prelavada. Criticaron las botas altas de la muchacha que iba en el micro, y uno con una gabardina le metía mística a la banqueta antes de dar vuelta sin darse cuenta.
Con el otoño habrá quién recuerde canciones de las viejitas o quienes hagan como que no se acuerdan, pero ahí están en las hojas caídas, si recoges una puedes hacer una obra de teatro alrededor de ella, un cuadro con sus colores rojos, ocres, amarillos como los del gran Giuseppe Arcimbald.
El otoño nos habla del anticipado invierno en sus tonos tristes como lo pintó Van Gog, quizás bajo los árboles. Pero que también contiene el cálido color del verano reciente.
Hay cosas que nadie puede evitar, entre ellas el viento que se filtra por las paredes, habita en los árboles, se maneja en los coches y por más que te encierres lo llevas, lo traes, lo necesitas en el cuerpo como al otoño.
Llegó el otoño y se llevó las últimas hojas del escritorio, los pétalos de las flores, el lúcido color del verano en las paredes violetas. Ahora son más iconoclastas los bulevares y alamedas en su lluvia de hojas que luego se disuelven o buscan la memoria de las parejas que se abrazan y se quedan para verlas.
HASTA PRONTO.