Hace rato pasé por ahí. Es de las calles de la colonia Treviño Zapata. Una casa sencilla, no diré dónde.
Se amontonarían a verla. Harían filas y cobrarían por ellas y por hacerlas. Harían trampa y todos serían felices, por eso narraré aquí una parte, el resto pueden imaginársela.
Atrás de los rayos y centellas que arroja el sol a mediodía en un día normal de Ciudad Victoria, decía que pasé por ahí. Yo que antes había pasado otros domingos, pase en este, como se anda por el planeta en bicicleta, tal vez ayer mismo. Esta vez sin querer voltee sin explicación que mediara de mi parte si alguien me preguntara, voltee para ver la nada, pudiendo decir que ahí adentro pasaba algo grave y no pasaba. Todos por favor retírense a sus casas, aquí no ha pasado nada. Usted no señora, siga leyendo esta historia.
Decía que atrás del solazo se veía hacía adentro el remanso fresco del arte decorativo. La ilusión francesa de ser naturalistas y vivir entre los fierros, bajo una gran mole de hierro. Adentro en el retablo de donde estoy a primera estancia se ve en la pared un sol de tamaño mediano, de algún medio metro de diámetro digamos. De barro quizás o de yeso muy bien trabajado.
A un costado de esta casa luce un pasto alto donde se esconde otra casa. Obvio no hay perro si no ya hubiese salido corriendo el perro. Nadie los extraña cuando faltan los perros, pobres perros, no hay un pa- se de lista que reclame su existencia de relevos australianos. Tampoco hay aplauso para aquellos a quienes no les gustan los perros. Ven un perro y corren.
La casa tendrá cosa de meses que la pintaron. Luce intacta como si no hubiera chiquillos traviesos. Adentro se mueven dos cuerpos aunque no supiera precisar cuántos. Caminan en sentido contrario, se encuentran con algo y lo levantan del suelo o hacen como que lo levantan, Uno qué va a saber del teatro griego de las personas encerradas.
Ambos cuerpos ahora se esconden del escenario colorido y el esplendor en la terracota brillante que luce las paredes con las luces prendidas. Si las apagan, es un misterio, un abismo. Una penumbra abrumadora con un cuadro colgando y un crucifijo en medio. Son los parajes de la fachada, antes de pasar por la puerta.
Adentro los cuerpos encienden finalmente las luces blanquecinas ahorradoras del presupuesto del pueblo y comienzan su danza diaria o la reanudan según la rola del Buky. Adentro, el color predominante que presenta un gran cuadro de alfombra, seguramente persa, es de color ocre, muy claro. El más claro que había en existencia en las bodegas de una tiendota.
Lo primero que accede por la nariz y se incorpora al cuerpo son las especias mediterráneas que pegan en el estómago vacío de un hombre simple, uno de tantos. La calle sigue siendo la calle hasta que el sujeto en cuestión le da el golpazo al olor y se olvida de todo.
A partir de ahí, en mi caso, ya no he sido el mismo y por eso lo escribo. Anoche soñé el ajo envuelto en una cebolla morada, la cosa es soñarlas una vez cuando pasas e imaginar lo que con ella se cocina. Un par de huevos revueltos como siempre, un bistec encebollado, pero el olor que sale casi es insoportable de tan bueno. Lo cambio por varios pasteles. Yo los llevaría y de nuevo vería los helechos gigantes sobre una maceta rebasada hace años. Sin autoridad en la materia.
Pasaría por donde está el sol de barro, supe que era de barro y estaba torcido, demasiado arte para uno tan ingenuo. Cómo explicar lo que se queda en la memoria como el color definitivo de la cocina que huele igual que el mole que está saliendo de la olla.
Solo pasé por ese lugar con cuidado de no caer de la banqueta quejumbrosa. No había tiempo de pasar de vuelta. Así que pronto llegaría a otra parte muy distinta a esta, bajo el sol inclemente que me recuerde a otros días igual de calientes. Sudando, leyendo los anuncios por inercia, sin saber cómo se llaman, solo para distraer al enemigo que ha cambia- do de paisaje y se siente un extraño sin el olor al mole de aquella casa.
En mi ausencia la historia continúa mientras el aire entra por donde estoy y estaba, y sin sombra hace que las cosas se muevan. El estupendo olor del mole se dispersa huyendo para continuar el juego que todos jugamos.
En un mismo parque o en esa calle por donde algunos pasamos a la misma hora y había un gran árbol hace años, no muchos para no proscribir una posible decaden- cia, digamos que hay un cuarto de oficina por fuera, un mini Split y el insoportable olor a mole.
Dentro de la casa los olores se han mezclado en perfecta armonía de colores. Son parte de la casa y su principal disposición es complacer a los comensales que comienzan a pasar cuando todavía no sale. Alguien preguntó hace rato de vuelta, inútilmente, llegas tarde, ya están comiendo, ya le dieron piso hace mucho.
HASTA PRONTO