La nación mexicana ha cumplido 110 años del inicio de la gesta armada que desembocó en la etapa política de mayor estabilidad, paz y desarrollo que haya conocido el México Independiente, sin que ello signifique que se hubieren alcanzado a cabalidad todos los fines que se trazó la revolución iniciada por los hermanos Flores Magón, encabezada por Francisco I. Madero y concretada por Venustiano Carranza, Emiliano Zapata y Francisco Villa.
Son muchas las deudas que el Estado mexicano sigue teniendo con su población originaria y con la justicia social que, sin desconocer que ha habido avances evidentes en muchos aspectos y sectores, aún no logra concretarse en todo el territorio nacional.
La triunfante Revolución mexicana logró superar el obstáculo que marcó el derrotero de inestabilidad del siglo XIX: la personificación del poder.
Y es que el México de caudillos no permitió que, durante el primer siglo de vida independiente, el proyecto de nación tomara forma y se consolidara, lo cual sí sucedió durante el siglo XX teniendo a la Constitución de 1917 como piedra angular en el propósito de institucionalizar la vida pública.
La creación de instituciones abrió un camino seguro, institucional y permanente para el ejercicio del poder público, permitiendo que la vida política se nutriera de diversas voces e ideologías y que las alternancias en los diversos gobiernos llegaran para quedarse. En democracia nadie gana ni nadie pierde para siempre.
Por tal motivo, ese camino no debe ni puede ser destruido ni cancelado, sino que debe ser permanentemente asfaltado con el objetivo de consolidar la democracia y con ella a las instituciones públicas que, independientemente del color partidista del gobierno en turno, brindan y garantizan servicios básicos a la población, particularmente a la más necesitada.
Han sido las reformas electorales de 1946, 1953, 1964, 1977, 1986, 1990, 1993, 1994, 1996, 2007 y 2014 las que han conservado encendida la llama de la Revolución, pero no en una forma de abrupto estallido, sino de una chispa que gradualmente ha alumbrado al país y abierto la puerta de la democracia para que ésta se instale de lleno en la vida política.
Por tal motivo, los principios esenciales de la Revolución Mexicana no han perdido vigencia, sino que se mantienen con más fuerza que nunca. Los métodos y las políticas son los que caducan dadas las condiciones cambiantes de la realidad social, por lo que deben ser repensados constantemente y sustituidos, pero no así los principios de democracia, justicia social, justa distribución de la riqueza, igualdad de oportunidades, educación laica y gratuita, seguridad social y respeto al Estado laico.
Quien no sabe dónde estamos, no puede decir a dónde vamos. De ahí que siempre fallen en sus pronósticos.
México sufre en estos momentos la mayor tragedia de su vida institucional: la crisis de salud pública que ha cobrado la vida de 100 mil mexicanos y que en los siguientes meses seguirá avanzando debido a la insensatez y a la irresponsabilidad del gobierno en turno.
A 110 años del inicio de nuestra Revolución, México debe seguir apostando al fortalecimiento de sus instituciones públicas, dotándolas de los recursos suficientes para atender a la población, más allá de proyectos faraónicos que en unos cuantos años un huracán o una inundación los desaparecerá para siempre.
*Presidente Nacional del PRI
POR ALEJANDRO MORENO*