8 diciembre, 2025

8 diciembre, 2025

EL COLAPSO

XAVIER TELLO / COLUMNA INVITADA

Hace 48 horas que un buen amigo me dijo que tenía un PCR positivo para covid-19. Es ek tercer ebfermo, de forma simultánea, en mi círculo cercano.

Con síntomas leves, mientras monitorea compulsivamente su saturación de oxígeno en su casa, su esposa comienza a presentar tos y fiebre.

La intensidad de la tos aumenta y se decide hacer una TAC, lo cual se convierte en un calvario: los laboratorios y centros de imagen están llenos, sólo atienden con citas de hasta tres días y requieren de una receta de un médico… que hoy en día es imposible consultar.

Esperemos que no pase a mayores, porque, de requerirse hospitalización, la Ciudad de México no tiene nada que ofrecer.
Los servicios de salud de la Ciudad de México han colapsado. No lo digo yo. Lo dicen los médicos que trabajan y los servicios públicos y privados de la Ciudad de México.

Encontrar una cama disponible se ha vuelto una verdadera odisea. Cuando un paciente necesita más de dos o tres horas para encontrar lugar en un hospital, significa que el sistema está colapsado. Cuando, según los medios, se requiere que los pacientes mueran para desocupar una cama, el sistema está colapsado.
Un prestigiado amigo neumólogo ya no tiene nada que ofrecerme.

Él y sus médicos auxiliares, algunos jóvenes residentes, están saturados. Agotados. Sencillamente no tienen un minuto más de su tiempo para ver más pacientes. Ni en la medicina privada ni “haciéndote un favor” en un hospital público. El sistema está colapsado.

Ayer por la noche, en el grupo de mis amigos paramédicos, se da a conocer la noticia: la Cruz Roja está pidiendo ayuda a todo su personal, voluntarios y de planta, paramédicos y supervisores, ya que están en alerta roja general.

El personal de enfermería ha pasado de dar consejos, pedir amablemente o sugerir, a suplicar, con lágrimas, que la gente se quede en casa.

Cansadas, con lesiones en la piel por usar máscaras y guantes, se encuentran sobresaturadas de trabajo, viendo muchísimos pacientes graves, no sólo en terapia intensiva; en pasillos, en unidades de urgencia, en las cuestionables “camas con ventilador” que solamente han servido para el discurso y no para salvar vidas. El sistema está colapsado.

Con las instalaciones públicas llenas y los hospitales privados man- teniendo su cupo máximo, sencillamente ya no hay a dónde ir. ¿Cómo llegamos a esto?
Fueron dos los caminos: el primero lo encontramos en nuestras redes sociales, donde vemos diariamente fotos de nuestros amigos y familiares abrazándose, reuniéndose, celebrando bodas, primeras comuniones, pequeñas reuniones entre gente que “nos cuidamos”. En las hordas de gente en la calle, en los centros comercia- les, en los tianguis. Las innumerables fiestas clandestinas, que se anuncian y se promueven a los chavos a través de grupos de WhatsApp.

Todos tienen una buena razón y un buen pretexto para seguirse reuniendo y, con ello, respirando lo que exhala el de enfrente. Desde el verdaderamente ingenuo “todos nos cuidamos” hasta la rebeldía idiota de “sólo se vive una vez”. Como ciudadanos, no hemos tomado la emergencia en serio.

Los cubrebocas se volvieron opcionales, un falso sentimiento de seguridad hizo que la gente regresara masivamente a sus centros de trabajo. El único motivo por el que muchos dejaron de ir a restaurantes y bares es porque estaban cerrados. Al momento que reabrieron, regresaron en el primer minuto.

Que no quede duda: es la peor manera de comportarse en una pandemia. Muchos de ellos hoy se encuentran enfermos. Muchos de ellos estarán graves. Muchos de ellos van a morir. El sistema está colapsado.

El segundo camino proviene de una irresponsabilidad enorme de las autoridades. Este “rojo” del semáforo llega tarde, muy tarde. Los números existían, los datos estaban ahí. Las curvas se aceleraban rápidamente
y la ocupación total hospitalaria se incrementaba. ¿Por qué no estábamos en rojo?.

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