Suponga que usted va llegando a la esquina donde todos los días espera el transporte urbano Es la misma hora que otros días y se atisba por las cortinas de la mañana el paso inmarcesible de la gente.
Está usted concretamente detenido en el espacio de su pequeño mundo en las calles del 10 Hidalgo. Todos lo vieron o nadie, quién pudiera saberlo, usted tampoco los vio a todos, de modo que hizo su selección privada.
Antes de llegar se ve el anuncio del alto y la puerta siempre abierta de la zapatería Alvite, una de las más emblemáticas de Victoria, se asoma uno y hay clientes de calzado fino y el ambiente fresco. Usted ha llegado hasta ahí sin cansancio, otras veces ha llegado hasta ahí y ha querido sentarse, más bien se ha sentado sin importar que uno que otro transeúnte se le quede mirando.
Justo en ese sitio la coincidencia permite el paso intempestivo de la gente por la calle Hidalgo. Cada uno a distinta parte, cada uno un pensamiento diferente. Ve usted cada rostro y sin pensar ve otro sin memorizarlo, sin encontrar una cara conocida. Cuando uno no quiere ver a nadie es cuando te los encuentras, parece que alguien los convoca y son capaces de venir todos juntos de uno por uno a verle esperar el micro.
Usted se dará cuenta que cada usuario tiene su personal forma de esperar el micro. Uno de ellos fuma un cigarro tras otro hasta las uñas, los demás lo miran, se quitan, otros no se quitan, respiran el humo con un poco de alquitrán asesino.
En esa pequeña antesala se ha reunido la gente sui generis y la gente común, gente con cachucha, con mochila, con bolsas de las tiendas del centro que yacen a un lado sin alejarse mucho de su propietario. Alguien, nunca se sabe quién, pasa revista y los cuenta, son 8, son muchos. Se imagina arriba del micro lleno, pero ni señas del micro.
No tardan en preguntarle: oye chavo, por aquí pasa el micro? Y usted Chavo en ese momento, le contesta de boleto. Hace rato cuando usted venía a media cuadra pasó el micro hecho madre, usted trató de correr al creer que se detenía, pero no usted no está jugando. Así que ahora está en la esquina pensando esto.
Los minutos que se estiran hacen que usted o cualquiera entre en confianza luego de un rato de comprobado que los otros 7 compañeros no hace nada. Están todos ahí en el Limbo. Ante el paso del tiempo salen los primeros corsarios a ver qué ocurre, a esperar el micro a la otra cuadra. La muchacha de lentes quiere ir, a mí no me engaña, pero se queda. Tal vez ellos alcancen lugar y los que nos quedamos nos vayamos parados, piensa eso sin mover un dedo, usted ya pasó por todas. Y es que el microbús que va a la México se detiene porque se detiene en la calle Hidalgo, y sin embargo quedan sólo usted y la muchacha ¿qué se hace en este caso?
Seguir esperando el micro es lo que queda en concreto, fuera de eso la gente toma su paso y ahora van rebasando,
es la hora del almuerzo. Un tamborileo hace que usted voltee el rostro y es usted mismo con el zapato nervioso, golpeando los tímpanos. La muchacha escucha y usted la observa, no lo oye pero usted como quiera aprovecha para observarla en este momento del texto.
Quizás no la vuelva a ver nunca en su vida ni ella a usted. Cuando se vean lo más seguro es que ninguno de los dos se acuerden del día y la hora en que estuvieron esperando el micro naranja y usted golpeteaba un envase vacío de refresco.
En ese mismo vacío, en el de la botella, en el respiradero mismo de la calle, ambos ven el micro y usted cortésmente le dirá que suba ella primero, aprovechando un momento del relato para verla de nuevo, pero ella no subirá al micro.
HASTA PRONTO.
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA