Yo queridos amigos tengo mi base en el siete Boulevard. Ahí hago mi jale desde que amanece.
Temprano entre los guacales amanezco con la banda que vende dulces, chicles y periódicos a los microbuseros y a los pasajeros. Le hago a todo.
Hay quien nos deja los chicles baratos y nosotros los vendemos también baratos, algunos clientes no nos piden la feria de uno de 50, hay gente buena gente con lana como la hay también muy necesitada. Por aquí pasan otras bandas en bandadas como aves que van a su árbol, bajan del micro apresurados y se pierden en el tumulto de ese gran mercado que es este sitio.
Es como mi casa, sé donde no llueve o no se moja uno en los aguaceros vespertinos, conozco los rincones para resguardarse del frío temblando y sin cigarros. Por algún motivo que desconozco siempre nos andamos riendo y andamos contentos, si anduviésemos llorando tal vez lo explicaríamos y serían los mismos motivos. Cada quien trae su bolsa y su morral y todos aunque vendan lo mismo venden cosas diferentes. El dinero en manos de uno se comporta muy distinto en otra gente. Aquí un peso cuesta y a veces no vale, pero eso no importa cuando ya lo gastaste.
Aquí desde niño encontré mi suerte, mi sino, mi coincidencia, mi segunda casa, mi novia, mi rival y mi confidente. He madreado y me han madreado como la gente, sin mediocridades ni arrepentimientos por ninguna parte, usted sabe esto es la calle y llueve. Pude haber sido diputado, de habérmelo propuesto, pero no quise, a mí me gusta ayudar a la gente, no quise no porque no pudiese, no quise porque no quise, tampoco creo que debe explicarle a alguien. Con todo, aquí en mi base hablo con al menos 100 o 200 personas durante el día. Son rostros tristes, alegres, nostálgicos, infantiles, rostros ingenuos en una gran hilera que se van acomodando en los asientos de los microbuses verdes naranjas y rojos como la bandera de los gorgojos.
Aquí está la ciudad. La ciudad somos nosotros en un grito, señito cómprame el periódico. En las bolsas del pantalón, si meto la mano, traigo dinero, papeles con teléfonos anónimos, bolitas de algodón, brutas del silencio del mismo pantalón. Subes un rato a cantar en el micro pero siempre vuelves a la base, te están esperando, dejaste algo pendiente para volver, dejaste los primeros años de tu niñez. Y aquí está el estómago niño hablándote al oído, diciéndote que tiene hambre, que te eches unos tacos de bistec o unas gorditas de salsa verde pero pides dos de tripa con chile.
Acabo de llegar y aún está oscuro. Hay banda en chinga. Yo espero a que llegue la señora para traer unos huacales con frutas, no está lejos, pero ella no puede. Allá viene, trae un diablito arrastrando, un suéter negro, y la mirada es una llama, una esperanza abierta, cantada en el fondo del alma.
Me levanto y me apronto ayudar antes de que digan digan inche Rigo flojo no quiero ayudar, pero eso nunca pasa. He ido a dejar a los señores que venden queso hasta su casa, he vendido con ellos los quesos de 50 de Aldama todos. He cargado cosas increíbles de lo que no tengo fotos, ni como decirles, eran más de 100 kilos, a lo mejor eran 20, pero ya ve usted cómo es uno de imaginativo. Sí, soñé con ser presidente de este país para desde ahí sacar a todos los de la calle y darles para el almuerzo con carnitas, pero entendí que no es prudente, es mejor estar aquí donde se puede en realidad ayudar y servir. Nadie puede estar más cerca de ellos o de mí que yo. Aquí traigo dulces de tres por cinco, chocolates de 2 por 10, bueno, como estoy de oferta le doy tres, pero regáleme una sonrisa. Bueno, sólo porque me cayó usted bien, se los voy a dar como quiera.
HASTA PRONTO.
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA