Los niños desde que se despiertan inician la búsqueda y los descubrimientos. Los niños más pequeños ven un plano pero las caídas breves les muestran que hay una segunda etapa que otorga el volumen al cuerpo y la profundidad donde creemos mecernos como pájaros y lo hacemos. Pero esa no es la idea del niño, que muy cerca de sus orígenes – de sus genes y de la confabulación de sus padres para que naciera- sólo quiere divertirse. La ingenuidad esa fiel compañera de los niños les permite ver lo que al paso del tiempo olvidan, jamás se vuelve.
Un niño es capaz de sonreír todo el día, de hecho lo hacen, pueden llorar también todo el día, buscan en los ex- tremos el estira y afloja, el justo medio y la elasticidad de la existencia, la buscan porque esa precisamente será su vida.
En su recorrido que es como un vuelo interoceánico, el piloto toma el control casi al aterrizaje, alguien lo lleva en la mano, él no ve lo que sucede en su cua- drito de ventanilla pero lo que busca no es el conocimiento. Al niño se le obliga a saber esto y lo otro.
Los recuerdos que se tienen de la in- fancia siempre se reproducen en la edad adulta como hechos con los que también se crece juntos. Los hechos crecen y tie- nen frutos. Ser niño es ser niño y hasta la instalación del sustantivo en el instante de serlo, serlo.
Hay adultos que dicen ser niños en el fondo, otros lo son por fuera, ellos no se enteran, como son niños, estos son pro- cesos naturales. Hablemos de los niños pequeños y adultos en lo general porque son los mismos y se comunican, tienen un puente, una cortina donde los focos se miran es de noche y no hay edad, sólo se buscan los ojos, una paloma es más que una paloma un papalote en los ojos.
Dicen que con la edad las personas se vuelven niños. Sí, buen intento por asig- narles una bandera, pero los abuelos son abuelos y todo el tiempo han sido niños.
Desde temprano el niño, que se esconde de nosotros en alguna parte del cuerpo, abre los ojos. Entonces nosotros sonreímos y no sabríamos por que. Podría ser que contestasemos con un gesto infantil o un berrinche de primaria o de catálogo. Un niño aún siendo adulto suda la gota gorda atrás de la puerta, muerde rebozo como quien dice, esconde un grave delito atrás de los libros, una moneda, una manzana mordida. Cuando por fin, luego de un largo viaje el niño se vuelve joven, adulto, anciano, el niño juega a lo mismo, por dentro es el mismo juego de emociones que estallan en los extremos. Por eso ríen y lloran con las mismas ganas con que llueve o el sol se descara.
Un niño es un ave indefensa con manos como alas, siempre le cuidan, lo llevan de la mano y a veces el que lo lleva por dentro lo abraza en una sonrisa abajo del cubrebocas. Ya adulto, ser niño es un recurso, una herramienta que se use o no el niño aflora, hace que llores en una fiesta o qué sonrías cuando nadie ríe o haga locuras que al darte cuenta no sabes dónde selo alza el porvenir ni la vi- da. Desde que despierta, el niño, así sea un tío grande, sabe lo que hace falta en la casa y son cosas distintas a las de los mayores, cosas necesarias exclusivas pa- ra los niños. Entonces el mundo le queda lejos al adulto en su nave destartalada.
Desde que despierta, el niño, así sea la tía buena, dice que soñó aunque sea mentira, sólo para que otros sonrían.
A los niños por la sonrisa, no sólo por el tamaño es que los descubres en su escondite secreto.
HASTA PRONTO.