Se es mejor cuando se recuerda, porque entonces la memoria se junta con el tiempo que ha pasado y la reflexión lo hace madurar a uno en el árbol. Recuerdas los mejores tiempos pero también los peores, siempre desde tu personal punto de vista, aun en contra de otros o de todo. De acuerdo con muchos o con ninguno.
La memoria tiene el privilegio de presentarte un rostro nuevo cada vez, después de lo experimental que es la vida. La vida, cada vez distinta, como decía Borges, una relación de hechos sucesivos. Aguas irrepetibles de un río como Heraclito.
Y todo eso para hablar del Ex Asilo Vicentino. Del edificio que hoy ocupa el Museo de Historia de Tamaulipas.
Con el tiempo el edificio aquel luego de ser construido a finales del siglo XIX y principios del siguiente, de haber sido asilo de huérfanos y desvalidos, con advocación a San Vicente, se hizo cuartel militar.
Muchos que hoy leen esto allí hicieron el servicio militar cuando era obligatorio y parejo. Y una bola negra o una blanca decidía si ibas o no a la guerra. Nadie
fue, pero se creían mucho y eran unos cuantos pocos que de haber ido a la guerra quien sabe, pero no la hubo.
Muchos de ellos cargaron aquel fusil de a de veras corriendo por la de Carrera hasta el patinadero donde hacían pedazos el arma y la volvían armar tirados en el suelo.
Ellos vieron también las paredes pelonas de sillar. Sintieron el eco del hueco en los amplios galerones que en aquel entonces, al ser cuartel me imagino-, debió estar lleno de camas verde olivo, comedores y armas y había que pasar por una tronera donde habitaba un soldado muy serio.
El viento que se filtraba sostuvo el inmueble que duró un tiempo abandonado hasta que una asociación exprofesa para el asunto lo rehabilitó para darle el uso que suele darse a estos recintos que reúnen magia y misterio del pasado.
Un grupo de personas llegamos ahí en los noventas para promover la cultura en el estado. Por seis años, y después más, por sus puertas entraron y salieron soldados de los que defienden y difunden el arte. Los vi sentados en las pequeñas barras de las jardineras, todavía solarcitos baldíos. Aún no concluía la remodelación que no tardó.
Se convivía mucho con artistas pues estos edificios convocan y evocan las palabras. Una ligera música clásica salía de la oficina del director y la misma pero en otra voz salía de los árboles que había y hay adentro.
En lo que llamábamos nave central, pieza fundamental del hoy Museo, se hacían eventos. Recuerdo todos y me llama la atención uno de los primeros pues fueron dibujos de formatos grande y mediano con los cuales el pintor González Issas inició su trayectoria plástica. Eran texturas y dibujos amplios del mismo asilo. Asillaradas, por acercarme a un término, aunque extraño. Ahí mismo igual se presentaba un libro que se daba un taller
de ortografía y por la noche un concierto de Jazz.
En aquel entonces el edificio aún no era remodelado. Remodelación que aunque significa un rompimiento tajante con la materia original primer requisito de una obra de arteno demerita sin embargo, pese a la incrustación de aluminio y el tanto luminoso, no se ve que desmerece sino que es una aportación generosa de la arquitectura moderna.
El hoy museo conserva la magia y el misterio. El largo y pronunciando silencio está al servicio de los anunciados espectadores desde que pisan el dintel de la puerta. Luego, si pones atención y a veces aunque no la pongas, escuchas el canto gregoriano de las monjas vicentinas, antes de la misa o del piano que acompaña a la lectura de un libro de poemas a media luz. Escuchemos.
HASTA PRONTO.
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA




