En las colonias de la orilla, resplandecen los tejabanes. La música sale de los cuerpos y se deposita en las calles, la gente danza al compás de un silbido con ecos de muchachas que ríen a carcajadas. Sobre el sonido de los carros la melodía es un rumor en las grandes ciudades, un amplio reggaeton que escuchamos todos.
Hay cuadros expresionistas y surrealistas al alba y jamás vuelven a verse. En la hora de la toma el fotógrafo lo sabe, hay Giocondas tendiendo ropa en el patio, lavando ropa ajena. Insospechados cuadros de Monet, versiones de la taberna de Emilio Zola en los techos de palma y palomas y vuelve un estruendo la novena sinfonía con la que el criminal Raskolnikov, protagonista de la novela, asesina a una anciana de un hachazo en la cabeza. Nadie tiene el honor ni nadie describe al sujeto macilento pidiendo limosna en la gran puerta de un templo. Los acólitos saben que ha llegado y lo miran con desconfianza, con la sospecha milenaria de oveja descarriada.
Hay tenis viejos suicidados en los cables de luz de poste a poste, entre hilos y los hijos de los hilos el paisaje es una parvada de hombres que usaron calzado. Irán al cielo por eso. Los filántropos del domingo y hoy martes dan 2 monedas y se van al refugio subterráneo, todos lo han visto, buenos esta vez a plena luz del día, antes de un cuarto para las 12 viendo la fotografía.
Pero eres un buen hombre y escribes un pensamiento que se hace viral en las redes sociales. Los niños inconmensurables sí aprecian cómo pasa el tiempo en la señora y nosotros mismos vueltos de espaldas a la pared, y buenas noches si llegué a casa. Puede ser que no vuelva para siempre. Otros piensan mientras la señora ve angustiada el final de la telenovela, se agarran a pedradas en el barrio, quiebran vidrios para cumplir la vieja consigna estrafalaria.
Las mujeres barren la calle, la soleada banqueta para espiar al prójimo, se vuelven necesarias para el tendedero que todo lo sabe. Una mujer se pinta la cara frente al espejo roto y sus labios de sangre hablan y dicen, callan sus deseos la mampostería ruge y se detiene, se perdidos en la noche insomne y violeta del antro.
La gendarmería tiene su hora y los muchachos corren por los callejones, el transporte urbano es un viejo camión remolcado en el aire, en el celular de una bella mujer que recorre las islas de la vieja noche, lleva maletas vacías con objetos innecesarios, porción de viaje a la eternidad de todos.
Hay calles que no concluyen donde la ciudad se disemina y acaban con el pudor de las falsas soledades . El otro espectáculo de ver al pobre caminando sus calles cansado y cuesta arriba en la colonia de otros Héroes de esta patria, cuyo nombre sirvió apenas para instalar un parque, una calle y un auditorio donde se da un discurso. Han llegado todas con bulto de ropa. Se estuvieron esperando entre ellas en el lavadero. Afuera sopla el viento casi como adentro del cuerpo, es la hora en que usted tranquilamente puede leer esto que escribo. Pienso en usted, en sus ojos muy abiertos recorriendo las letras como una vereda de hormigas.
En sus casas la gente ha dejado su recibo de luz impagable. El hombre canta sin embargo pues ha nacido para eso. No cabe duda en este cuarto para las doce en que se convirtió el día lleno de sol, ese generoso y democrático, de que hay mucha gloria, talento en los andurriales, que nadie ha leído en las paredes ni escuchado en los patios de los lavaderos de ajeno, cantando una aria, una rola del barrio, un corrido Norteño a voz en cuello.
HASTA PRONTO.
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA