Han sido los propios partidos los que están poniendo en duda su papel en el sistema político: al seleccionar a candidatos pantalla que sólo le lleven votos, están olvidando que el Congreso es la institución de ejercicio de la soberanía popular, el poder que vigila a los otros dos poderes y el encargado de redactar leyes a favor de la sociedad.
Los partidos, todos, están usando Las listas para ganar votos con candidatos de presencia popular mediática en actividades ajenas a la política, pero controlando la definición de plurinominales –no hacen campaña sino ganan votos por partido-para los profesionales que realizan las negociaciones oscuras de leyes y funciones y que requieren de experiencia parlamentaria o cuando menos política.
En este contexto, los legisladores han carecido desde hace tiempo de representación del pueblo, a menos que el pueblo quiera ser gobernados por cantantes, deportistas, luchadores con máscara, actores o actrices o hasta personajes populares vernáculos. En este sentido, los cargos de elección popular han perdido su referente de Estado. Ahí está el caso ejemplar del futbolista Cuauhtémoc Blanco, ídolo popular que ganó la gubernatura de Morelos y que ha mostrado su nula capacidad profesional, intelectual, polítia y de Estado
El poder legislativo y los poderes ejecutivos estatales y municipales se van a mover entre dos extremos: el de Jesús Martínez Palillo como actor crítico y azotador de políticos en las carpas en los años cincuenta –del presidente Miguel Alemán y del regente Ernesto Uruchurtucon sketch de discursos latigueantes de burlas contra el poder o el ideal del barón de Montesquieu que construyó una propuesta de división de poderes que debían configurar un Estado formal. Ante la incapacidad política, de estructuras y carencia de masas, los partidos han optado por el modelo Palillo.
El poder legislativo y los poderes ejecutivos estatales y municipales forman parte de la estructura de configuración de la república. En la teoría, el poder legislativo es autónomo y su papel además de hacer leyes, es el de vigilar a los otros dos poderes. Por su composición nacional, las dos Cámaras constituyen la soberanía popular o el pueblo representado.
Hoy parece olvidarse que los legislativos nacieron como parlamentos para oponerse al absolutismo de los reyes europeos. La Carta Magna de 1215 marcó el principio de limitación del poder totalizador de los reyes, quienes subían impuestos a capricho para financiar sus guerras o mantener sus cortes.
El parlamento se fundó, así, bajo una consigna que debe seguir siendo vigente: “no hay contribución sin representación”, ahora como no hay poder absoluto sin representación.
POR CARLOS RAMÍREZ




