La tardé va llegando simplemente, detenida en la puerta pasa de pronto al rincón de las arañas y los cuerpos, a la vieja escoba de la explorada esquina.
La tardé es como cuando alguien tiene que irse de modo inevitable, y él o ella se tapan la boca a una mano para decir adiós con la otra, buscando un aliado a la distancia que haga algo, que se interponga, y él o ella no digan adiós desde un autobús siempre en marcha.
Cuando la tarde cae, el hombre cae occiso del otro lado de la vida y comienza el sueño a juntarse con el recuerdo y las personas de asoman a las banquetas humeantes de su historia, a aquellos años vueltos uno solo por la mañana mientras sacas al perro a correr como loco por un parque común de viejos columpios y anquilosados bimbaletes.
La tardé es también la ciudad en la esquina con cigarro en mano, el vuelo de pájaros buscando la noche desesperados, el árbol que finalmente les
dé abrigo. La tarde es la bocanada de aire, la certeza de una puerta que abre y cierra al amparo del amor pegado a las paredes, el no saber nada de tantas respuestas juntas. La tarde empieza a desnudarse. Comienza a tener sentido la mano en la otra mano; la tibia esperanza de la piel buscando otra piel nada mas por si acaso, por si un viento fuerte, una pequeña duda, un interés malsano que pasara de repente.
La tarde de mi cuidad quebró los vidrios de su aparador de lujo y se metió a la fuerza en su reto de crepúsculo con su almohada de nubes que recoge lo que queda de nosotros.
Por la tarde sabemos resumir las cuentas y guardar los archivos para jamás volver a verlos. No volverán aquellos ojos que te vieron, no de la misma manera. Y era cierto todo lo que se dijo cuando nada es para siempre y eso te alcanza cuando das la espalda mientras corres el encuentro de la noche.
El bimbalete de la vida sube y baja y la tarde comenzará a lloviznar para espantar al sol que nos quema el silencio. La plaza se despeja y hay lugares, pequeños sitios esparcidos, piedrecillas que pisa uno al pasar por la alborada bajo la luna negra de un pensamiento ambiguo.
La tarde es también el genio creativo con su maqueta destrozada en el transporte urbano, el hombre que regresa con su caja de dulces, la guitarra descansando en los brazos desafinados, pendiente del opaco sonido que alumbra el espacio.
Las parvadas de urracas fieles y poco ponderadas luchan con la tarde cuerpo a cuerpo y se vuelven noche entre las ramas del inestable viento. Llevo años sentado en la tarde de esa barda, en la misma frontera donde la mujer le dijo a José una noticia buena y una mala antes de una crucifixión. Antes de nacer.
La tarde empieza a desgajarse en los graffitis naturales, en el rostro sombrío de la calle, en los bares abiertos que se llenan de pronto, en el grito de mujeres vespertinas que adornan los placeres.
La tarde cae sobre los trastos en la mesa suelta, en el perro del patio, en la mujer metida planchando ropa ajena, en los niños corriendo a todas partes, en la lejanía, en los besos de una pareja refugiada en las habitaciones de sus cuerpos.
A ver si llueve esta tarde en que nada hay. Sería grato apreciar el encono con el cual las gotas caen para limpiar las cosas, los objetos cotidianos que se hicieron obsoletos, núbiles, hermosos y arretacados de pasado. Soledad que va llegando es la tarde cuando nada hay que no sea cierto.
HASTA PRONTO.
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA