Desde que fui uno de ellos, me reconozco entre los nuevos amigos. Muchas veces los nuevos amigos no son de ninguna manera bienvenidos. Pasa el tiempo y nunca lo fueron, pero eso va dependiendo según sea el talento del nuevo; en mi caso he sido el nuevo sin mucho talento y sin esfuerzo.
Cuando llego a la cancha, donde jugamos en equipo, hablan entre ellos y se ponen de acuerdo. Soy uno de ese grupo pero no tanto. Tan lejano como el no haber salvado la vida a uno de ellos o haberlo procreado.
El nuevo llega al barrio y pregunta dónde es la tienda y nadie quiere decirle hasta que sale el traidor de siempre y sabe que no pasará nada, “en la esquina”, le apunta con el dedo y el nuevo en el barrio obedece a fe ciega. Además buscan el dato si por ahí de casualidad el nuevo no trae una hermana, una prima, algo que se le parezca.
Al otro día en el barrio todos saben quién fue el traidor. Al nuevo lo aborrecen y esperan a que salga, lo espian, pasan por su casa. Hasta que uno de ellos descubre que el nuevo tiene dos bicicletas.
En los barrios hay gente que siempre fueron los nuevos, como en los partidos, de pronto hay muchos viejos. Los vieron salir en bicicleta del vecindario y de ahí salen de nuevo cada mañana.
Cuando hay un nuevo en el salón, hasta el menos sabio exige derecho de piso. Para el ejercicio de esa ley todo le toca hacer
al nuevo. En lo que llega o no llega otro nuevo.
El nuevo es visto de pies a cabeza, se le mide con cinta. Miden el peso y el tamaño del carnal que bien podría llegar a ser un enemigo. En caso de querer ser cuate es lo mismo. Un nuevo tendría que sacudirse el viejo estigma y no lo hace.
Tratan de averiguar cuántas palabras se sabe, sin preguntarle. Llegado el momento lo escuchan y su voz melódica les parece absurda y buscan un pretexto para que se calle o lo callan sin justificación alguna.
Uno es nuevo en donde posa, donde eriza con su primera palabra, en el jardín de niños al caer, en cada palabra pronunciada, en cada terror de palabras encontradas uno es nuevo.
Al nuevo habrá que criticarle las botas y el cinto piteado, no se vaya a sentir. En terreno de juego el nuevo muestra su fortaleza y anota un gol de repente y a otro se le festeja.
En cambio dejas de ser el nuevo y recibes el golpe del anonimato. Pocos de fijan en ti, si te anudas los tachones de esta o de otra manera. Tampoco si escribes con la zurda pero pateas con la derecha. Lo dan por hecho. Y nadie se quisiera sentir ese perro marginal que recorre el borde del área sin que nadie le haga caso.
Brevemente el nuevo recibe la oportunidad de hablar, dirigir dos palabras de agradecimiento. Y todos se aplauden. No alcanzó a decir nada más. La gente había comenzado a vaciar el huacal. El nuevo supo que tendría que irse a pie mientras oscurecía como siempre. Y nunca se fue, ahí se volvió viejo.
He sido el nuevo muchas veces porque todos los días ensayo nuevas teorías, salgo por la ventana cuando todos esperan que salga por la puerta.
Lo hago adrede tratando de que todos me vean. Si no hay nadie salgo por la puerta tranquilamente y voy volteando a ver qué inventan. Y si se acostumbran a verme es que comencé a ser el viejo, y es cuando me decepcionan.
HASTA PRONTO.
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA