También yo escucho helicópteros, no los he soñado. Eran las once o la una, no recuerdo tanto, cuando volví del mandado, en lo que vi por la ventana, al asomarme desde el baño. A veces vago por la ciudad, recorro grandes distancias pero al retornar a la realidad siento que no me moví de donde siempre he estado. Por eso el día aquel del apagón no les hice caso. Seguí caminando, ya sabes ahora que también soy sonámbulo.
La neta aquí entre nosotros los imaginistas no quisiera decírtelo pero yo también he visto nubes de triciclos lloviendo por las banquetas, grandes elefantes rodando por las calles, creo que los he soñado como muchos, ¿piensas que son cosas de viejo?
No me pidas no existir porque no puedo.
No puedo dejar de ser. Desde que nací no he parado de vivir. Pero te dejo en absoluta libertad bajo palabra como dijo Octavio Paz, o como vivía Ezra Pound, el maestro que no cabía en una almohada. Es como pedir que no llueva o que esta vez por Dios que no amanezca, y se te va la chica, ni modo, hay que ir a chingarle a la chamba.
A la gente pobrecita ni cómo ayudarle. Y no se vale andar ahí de comedido. Cuando tú quieres ellas no quieren y cuando todas quieren tu ya no puedes por falta de datos. Siempre es así. En ese entendido nadie te anda complaciendo.
Si te escuchan es por morbo para ir a contarlo en las conferencias o decir que les pasó a ellos si es bueno, o pasarlo al costo si es malo. Como si de modo propio no tuviesen sus personales ocurrencias.
Sí, bien sé que me equivoqué, pero al fin de cuentas es problema de suyo no mío. A mí ya se me olvidó. “Qué descarado”, dijeron todos en el café hecho con calcetín. Mientras guardo y escondo mi carta fuerte.
Portate bien aunque eso no impida que se molesten. Uno no está aquí para complacer a nadie, si eso crees, nomás fíjate bien, regresa sin avisar, escucha atrás de la puerta para que oigas cómo te aplauden las traiciones. La raza es cabrona. No es bueno criticar pues resulta que uno es peor. Y más de lo necesario. No se ve uno detenidamente al espejo.
Mira aquella vieja, aquel cuate, qué viejos están. Uno nunca se ve. El tiempo democrático hace estragos parejo. Envejecemos inevitablemente a la vez, y nos vemos gachos. Nos hacemos gancho.
Y le hacemos al tío lolo, pero berreamos solos, nos echamos una o dos, y mi hijo no toma dice una señora y es bien pedote el vato. Cada quien protege las formas. Cuidan la imagen horrible como si fuesen a ser diputados por un día.
Confieso que he vivido de veras y no me duele decirlo. Con el tiempo aprendí que es bueno no estar tan cómodo, le hace bien al organismo. He andado a pata todo el tiempo, me trepo a los micros de choferes aguardentosos y locos, a 40 grados Celsius, bajan o se calleron en la esquina. Ya ni la chingas, le dije, regresate una cuadra, y ya no estaba.
No haber almorzado no es nada para mi a las tres de la tarde. Andar de la chingada, con la garganta virulenta, ebola, covid, nadie se me quiso acercar y yo que miraba a una muchacha como si nada pasara.
Es bueno no ser nadie en medio de la calle o andando en el agua. Es bueno a veces no ser nada, ser algo que a nadie se le ocurre. Por eso siempre estudié lo que no venía en el examen y nunca reprobé.
Tenemos dos vidas: la una que es con madres mientras nadie la mire, y la otra que anda en la espalda donde no te alcanzas a rascar. Ahí te hablan a cada rato, volteas y no hay nadie. Eres el único que existe.
HASTA PRONTO.
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA