6 diciembre, 2025

6 diciembre, 2025

De la fauna mágica tamaulipeca

POR GERARDO J. CONTRERAS SAIZ

Hablo del Akululú, cuyo nombre deriva del vocablo huasteco: «sombra que hace reír».

Este animal, qué no se sabe con certeza su sexo y su forma de reproducción —los pocos datos que existen son inconexos y algunos tienden
a contradecirse— es una especie de Tlacuache de mayor tamaño. Posee ojos grandes color tristeza y su pelaje negro largo y lanudo tuvo un alto valor para los cazadores huastecos, pues tenía la extraordinaria habilidad de convertirse en sombra a voluntad, pasando inadvertido. Por otra parte,se cuenta que beber su sangre podía arreglar hasta el corazón más roto y afligido.

Los registros afirman que son animales solitarios, aunque otros aseguran haber visto más de tres sombras jugando entre sí.
Se alimentan primordialmente de mahuacatas, y sus manos —tan simpáticas como las del mapache—, junto con su prolongada cola, se asemejan a la piel áspera y dura del reptil. Esto le sirve como protección de las espinas al trepar y columpiarse por las ramas del ébano para alcanzar y arrancar las vainas (fruto de dicho árbol). Y, además, como defensa de sus depredadores: un coletazo del Akululú puede ser mortal. Aunque es fundamentalmente una criatura pacífica, es extremadamente agresivo si se siente amenazado.

El Akululú pocas veces es descubierto por adultos, y si esto sucede es por descuido del animal. Siente una especial atracción con hacer reír a carcajadas sin parar a niños pequeños, en especial con lo que apenas pueden hablar para evitar riesgos de ser atrapado. Al sentir cerca la presencia de un adulto adquiere forma de sombra, escabulléndose sigilosamente.

Si el Akululú cree que el niño es maltrato o no recibe el suficiente amor, por parte de sus padres, se llevará al recién nacido escondido bajo el cobijo de su pelaje. Por esta razón, algunos creen que el Akululú son críos que alguna vez fueron tratados con desprecio y ahora regresan a divertirse con niños de su edad.

Algunos archivos antiguos de folclore, aseguran que no con cualquier niño se atreven a jugar o hace reír. Los niños que tuvieran el privilegio de tener contacto con ellos son aquellos dotados de una sensibilidad especial y, según los huastecos, simboliza futuro próspero y una vida llena de gozo para el párvulo. Después de convivir alguna temporada, el Akululú borrará su memoria, olvidando así los días de diversión.

Los huastecos solían gastar bromas —algunas más pesadas que otras— a los cazadores novatos. La situación se da cuando un grupo experimentado invita al recién iniciado a atrapar al Akululú. Debido a que generalmente no conocen el tema aceptan ir en busca del animal. Haciéndolo trepar al ébano más frondoso y más alto, en una noche, oscura y profunda, a esperar, entre espinas, a que el Akululú aparezca en busca de su alimento. A veces el novato hace guardia hasta el amanecer. En la mayoría de las ocasiones el joven cazador huasteco terminaba con rajadas leves, y a veces más profundas. Siendo estas sus primeras cicatrices de caza.

Existe una antigua expresión huasteca para nombrar a personas que sin ninguna razón aparente tenían un ataque de risa: kua ́al Akululú, que es algo así como «tiene la sombra de la risa».

Al investigar sobre el Akululú, alguien me comentó que fue visto hace algunos meses en el ejido Marmolejo, allá en el municipio de San Carlos. «Fue ahí, en ese arbolote», me dijo Venustiano Pérez de 78 años, apuntando a un espeso ébano solitario mientras se hacía visera con la otra mano. «Al principio creí que era uno de esos perros sin dueño, y no le presté mucha atención». Venustiano, de piel cocida a fuego lento, se dirigía a saludar a su compadre Neto. «Andaba enfermo y tenía varios días de no verlo». Salió de casa a las 3:10 p.m. Su mujer, como de costumbre, a las tres de la tarde, había sacado el rosario de madera, se disponía a rezar la Coronilla de la Divina Misericordia —en sus 73 años no había fallado ni un solo día—, por eso Venustiano recuerda la hora exacta. Sintiendo como somnífero el murmullo de la oración, decidió mejor ir a visitar a su compadre que vive en la periferia del ejido. «No quería dormir, no me preguntes por qué» me dijo. Y salió de su casa. «El pueblo estaba vacío, a esa hora ni el diablo se aparece en Marmolejo». Las gotas de sudor se le evaporaban en el rostro. A medio camino fue cuando creyó haber visto a un simple perro lanudo; estaba rondando al ébano. Después escuchó el chasquido de látigo y Venustiano giró la cabeza, asustado. Y lo vio agitando su larga cola áspera. «Era como si quisiera ser mirado».

Utilizando la cola como resorte, trepó al árbol. Cuando Venustiano se acercó, el animal había desaparecido. En ese momento recordó lo que contaba su abuela, sobre aquel animal, sobre aquella sombra que solo se ha visto en tierras tamaulipecas: el Akululú.

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