25 diciembre, 2025

25 diciembre, 2025

POETA DE MI BARRIO

ENROQUE / JOSÉ LUIS HERNÁNDEZ CHÁVEZ

Cuando me fui a vivir a la ciudad de México a principios de 1970 renté un departamento, primero en el número 26 de la calle Miguel Ramos Arizpe y luego otro en la de Edison 79, de la colonia Tabacalera, barrio localizado entre la Avenida Insurgentes Centro, Puente de Alvarado, Rosales y avenida Benito Juárez, que fue como mi hogar en los casi 25 años que radiqué en el Distrito Federal.
Ni idea tenía entonces de los famosos vecinos que habían tenido su domicilio en el mismo sector de la Delegación Cuauhtémoc. Entre ellos, Fidel Castro Ruz y Ernesto “El Ché” Guevara, que antes de irse a Cuba a emprender la lucha armada que derrocaría al dictador Fulgencio Batista en 1959, vivían en el apartamento de un edificio de la calle Amparan 49, a menos de cien metros del que yo alquilaba, el escritor Fernando Benítez, que residía en la de Ignacio Mariscal y el ex Gobernador de Tamaulipas, Magdalena Aguilar, tenía sus oficinas en una suite del Hotel Edison, y a unas cuadras, pasando Insurgentes, se alojaba el escritor y periodista Renato Leduc. Otro gobernador tamaulipeco, Norberto Treviño Zapata, atendía en un consultorio que tenía en un edificio de Plaza de la República, que circunda el Monumento a la Revolución, el Poeta León Felipe había radicado también en la calle Edison número 5 y las oficinas de la Revista Siempre, desde donde dirigía la publicación el fundador, José Pagés Llergo, en la callecita de Vallarta 8, en las que saludé alguna vez a la escritora Elena Poniatowska.
Sin olvidar, por supuesto, al extinto dirigente nacional de la CTM, Don Fidel Velázquez Sánchez, que a 200 metros de mi domicilio ofrecía semana a semana una conferencia de prensa en la sede de la agrupación obrera de la esquina de Vallarta y Plaza de la República, frente a la frustrada sede del Congreso de la Unión del dictador Porfirio Díaz Mori.
Es necesario aclarar, sin embargo, que Felipe Camino Galicia De la Rosa, el verdadero nombre de León Felipe, radicó en la dirección de la calle Thomás Alba Edison hasta 1968, cuando falleció a los 84 años de edad, dos años antes de que yo me estableciera en la capital del país.
El renombrado poeta español llegó por primera a México en 1923, como el mismo decía, “en la cola de la Revolución”, luego regresó a su tierra como militante republicano hasta 1938, año en el que se expatrió a nuestro país en donde fue designado agregado cultural de la República Española en el exilio, única reconocida por el gobierno del General Lázaro Cárdenas Del Río.
Hijo de una familia acomodada, León Felipe fue encarcelado, pero no por motivos políticos, como algunos imaginarían dadas sus ideas, sino por el delito de peculado y antes de ingresar al selecto mundo de las letras se inició como farmacéutico y recorrió su país natal como cómico de una comedia de teatro, más tarde, en nuestra nación, se desempeñó como administrador de hospitales y trabajó como bibliotecario en Veracruz.
Una carta de recomendación del escritor Alfonso Reyes le abrió las puertas del ambiente intelectual mexicano.
No obstante que leer poesía es una de mis aficiones, leí tardíamente a este nativo de Tabora que ahora, junto con Borges, Neruda y Gorostiza, “el más cuerdo de los locos”, amigo de pedro Henríquez Ureña, precursor de la España Peregrina, admirador de Whitman, Rimbaud, William Blake y García Lorca, es uno de los poetas a los que recurro en los momentos de agitación y de zozobra.
Y cómo no, este hombre que llevaba la lagrima como espada, que tenía como oficio escuchar latidos de hombres, de pueblos y de estrellas, que anunció que volvería mañana en el corcel del viento y que pensaba que el hombre no era más que un poema mal hecho, compuso versos que, a decir de él mismo, son como oraciones porque en ellos habla con Dios.
He aquí, algunos ejemplos: “Y la gloria última, /la vida celeste…/ ¿No será el triunfo de la materia/ y de la forma/ que vuelve a hacerse/ luz y espíritu otra vez?”.
“Mi amor tiene el ritornelo/ del agua, que, sin cesar/ en nubes sube hasta el cielo/ y en lluvia baja hasta el mar” / El agua, aquel ritornelo/ de mi amor, que, sin cesar, / en sueños sube hasta el cielo/ y en llanto baja hacia el mar”. O “Cuando mis lágrimas te alcancen/ la función de mis ojos/ ya no será llorar/ sino ver”.
Otro más, “Nadie fue ayer, / ni va hoy, / ni irá mañana/ hacia Dios/ por este mismo camino/que yo voy. /Para cada hombre guarda/ un nuevo rayo de luz el sol…/ y un camino virgen/ Dios”, y aquel que recuerda sus días oscuros, “He dormido en el estiércol de las/cuadras, en las bancas municipales/ He recostado mi cabeza en la saga/ de los mendigos/ y me ha dado limosna –Dios se lo pague–/una prostituta callejera”. En sus días de inspiración no perdió la ocasión de dedicar algunos de sus versos para de exhibir a los señores de la iglesia, “¿Dónde está Dios? Rescatémoslo/ de las tinieblas. /Porque…/ Dios que
lo sabe todo/ es un ingenuo/ y ahora está secuestrado/ por unos arzobispos bandoleros”. Además de que acusaba a los clérigos de plagiarios de Dios, León Felipe consideraba a los periodistas de su época vándalos que hacen pasar por docta la palabra necia… que tienen la táctica del viajante del comercio, la psicología del anunciador y la moral del mercader, apreciación que, lamentablemente para las generaciones que integran la actual Humanidad, no ha cambiado a poco menos de medio siglo de su muerte.

POR JOSÉ LUIS HERNÁNDEZ CHÁVEZ
jlhbip2335 @gmail.com

Facebook
Twitter
WhatsApp

DESTACADAS