TAMAULIPAS.- Cuando ventea el aire instrumenta una orquesta de puertas y ventanas que abren y cierran. Golpetean las cuerdas flojas, los tambores de la fiesta.
La gente cierra la puerta por donde ella misma entra y sale. En los tejabanes se juega el torneo relámpago de palos contra fierros y una lata de aluminio hace su recorrido de uno a otro lado del techo de lámina en favor del viento.
Adentro la gente sabe cuántos y quiénes quedan. Miran al prójimo, el que la franquea no sé por qué motivo y será el siguiente en salir por esa puerta quizás para siempre. ¿Quién podría saber? El que sabe sabe. Y un sujeto entre varios sabe que tendrá que salir de un momento a otro.
En tal caso no hay problema, el sujeto se levanta, se asoma para verificar un olvido, y sale, haciendo como si dijese adiós a todos. Adentro hay gente que se aferra a no salir por esa puerta. Entre más se tarden en salir mejor, dicen.
Hay quienes salen por las ventanas y vuelan por ellas. Finalmente la puerta se abre y van saliendo todos como si salieran de una reunión o comenzara el desfile de oradores callejeros, personalidades y público en general, con su moderador de barrio y todo. Hasta que nada queda. “La puerta se cerró detrás de ti, y nunca más volviste a aparecer…”, dice el bolero de Luis Demetrio. Y es que uno nunca sabe.
La vida da vueltas como uno mismo en el eterno rotor del cuerpo, y trasladas a dos por uno pasos con los que no vas a ninguna parte. Y ha de volver aquella o aquel que dijo no, y se ha de ir para siempre quien dijo nunca se alejaría más allá de la puerta.
La vida tiene esa miserable certeza en un puño, como propiedad privada. Y qué bueno. Hay quienes salieron por la puerta y jamás los volviste a ver. Por alguna razón agarraron otros caminos. Se puede decir que uno de los dos, en alguna parte de la eternidad abrirá esa puerta y verá su rostro de siempre, el de sí mismo.
A lo lejos se escucha el ulular del viento durante su viaje, imaginas el ondear del sonido en el aire. El final de una puerta es cada vez más simple.
Es arrastrada por gruesas tenazas que la llevan al fierro viejo, sometida a una trituradora oxidada y ruidosa, finiquitada en un licuado de fierro cromado, como el ruido en su otra vida. Triturada, la puerta conoce la verdad del ser humano y le recuerda con mucho cariño.
Verlos por la mañana levantarse y salir despavoridos rumbo a la calle. Y tuvieron dos hijos que derrumbaron la casa y echaron la historia por el pozo de la nada. Y ahí estaba la puerta.
La puerta ha rechinando toda la vida y antes de ser azotada sin misericordia, mantuvo su letanía de hierro, la parsimonia del organillero. Adentro, uno se ha vuelto sabio de repente y sabe que de un momento a otro la puerta será azotada por el viento. Qué ironía. Se aprende a leer los labios del silencio.
En ciudad Victoria hice las modificaciones para adaptarme a la real condición de lluvias, por ejemplo: el clima intenso y seco, o el invierno recorriendo las calles en busca de sustento, bajo un techo de lámina de cartón y asbesto buscando la puerta.
La tarde es un viejo camión en la calle llovida. Las mujeres corriendo y los niños pisando charcos. El sastre, pudo ser de cualquier otro oficio, no alcanzó el estribo del micro que lleva a la colonia Moderna.
La noche envuelta en silenciosa tenebra, buscando el día. En algún lugar las puertas quedan solas y se envían mensajes con el viento del martes, se suscriben a la realidad con el antiguo versículo de golpeadas, vulneradas, arrancadas, abiertas y suavemente necesitadas.
HASTA PRONTO.
CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA
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— Expreso (@ExpresoPress) January 5, 2021




