TAMAULIPAS.- Pensándolo bien, no me importa estar equivocado. A veces lo estoy sin darme cuenta, hasta que alguien me despierta o me entero cuando ya metí la pata.
¿Eso qué? Confesarlo no va más allá que a mi propia experiencia. ¿Mas quién es correcto o perfecto en esta vida? Muchas de las cosas que hacemos las hacemos de modo espontáneo, corregimos un error con otro y así nos la llevamos.
A donde voy encuentro puntos diferentes a los míos, objeciones a mi pensamiento y forma de actuar, y hay de aquellos también que coinciden con mis errores, se toman esa libertad.
No me ufano, pero sé que en la soledad de las habitaciones llenas de glamour y caros perfumes, se encuentra impávido, desnudo, el pestilente y rencoroso amigo que hace un rato me saludó con mucho cariño. También creo: en alguna paupérrima casa tenga yo al amigo que me saluda de lejos con afecto sincero y extrañando mi saludo.
Soy peor que ese y que el del cuarto glamuroso ¿Qué tiene? ¿Pude evitarlo? Y qué si no lo evité. Ando con la vida regalada, y un solo movimiento en mi contra, una valentonada, un accidente podría acabar conmigo. Si busco por otra parte vivir eternamente, tampoco obtendría nada.
En este camino marchamos juntos, a nuestro encuentro vienen personas que acuden a saludarnos, “qué tal, buenos días”; “cómo está usted” les contesto. Si deseo saber cómo están, no podría saber. Uno se niega a sí mismo. La respuesta social de la persona podría ser “estoy bien”, sin problema alguno, aunque no lo esté.
Quizás por dentro, en su tono de voz, el sujeto se cuestionó: ¿Y este, para qué querrá saber? Mienten, mentimos. Ellos y yo no sabríamos cómo estamos. Promovemos un falso bienestar espontáneo y espiritual.
Por eso uno se despersonaliza, y ante la referida pregunta contestas: aquí nada más, y vuelcas otra pregunta. Y tú qué onda, “nada”, contestas y pues la nada es la nada. No creo sea buena idea andar preguntando esto y lo otro.
Existe la de andar motivado y andarse sonriente todo el día, ser buena persona con la gente, excesivamente amable, ceder el paso, el asiento, el sitio en la fi la, pero que no nos agarren desprevenidos, cuando nadie nos ve, porque quien sabe.
Salimos a la calle con la máscara instalada, y muchas veces sino es que a diario se resbala. Llegamos a casa a elucubrar la siguiente embestida contra la raza, una venganza cruel, terrible, y por más que sea, lo olvidarás mañana. Creo en el ser propiamente dicho.
Carnívoro, vegetariano, torpe, inductor, mítico, afable, rabioso, odioso, terco, esquivo, silencioso, ambicioso, idealista, creativo, operador, práctico, mediático y soñador. Pero jamás toleraré y nadie me podría obligar a soportar los corruptos y a los traidores. Habrá quienes se exhiben con descaro y no les importa.
La muchacha que baila con desparpajo. El hombre canta sin tono en la voz, ebrio frente a un karaoke. Uno debiera apartarse más seguido de los prejuicios para aceptarse. Con ello te defi endes. Se es contradictorio como todo. Habrá quien sienta que nada tiene cuando lo posee todo, y aquel que nada tiene y siente que todo lo contiene su ser.
Suele ser un espejismo. El feo podría sentirse guapo, y el guapo feo frente al espejo. La gorda se ve delgadita, mas la delgada hace dieta pues se siente gordita. Luego salimos a la calle. Alguna vez me dijo el maestro Daniel Sada: si vas a escribir un personaje, has que este sea y suceda: si es fuerte, el más fuerte capaz de levantar toneladas.
Si alegre, que se ría a carcajadas, que su cara se parta, se le abran las quijadas, que se le recuerde. Y en eso no hay falla. Así somos y no nos vemos así como para compartir en el facebook. Supongo. En mi caso no siempre fue así.
La sociedad nos envolvió en sus convenciones, la religión, la idiosincrasia, los grupos y razas, los géneros, el simple pensamiento, el trabajo. Si usted es abogado o abogada, policía, ingeniero, también creo, todo eso le atañe aunque por lo pronto no crea. Yo escribo por mi fuero interno.
HASTA PRONTO.
CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA
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— Expreso (@ExpresoPress) January 5, 2021