TAMAULIPAS.- Los poetas de mi generación, Borges, Paz, Neruda, Guillén, García Lorca, Machado, Benedetti, Rubén Darío, Alberti, Gorostiza y Efraín Huerta, entre otros, nos ayudaron a sensibilizar y a endulzar la vida, sin embargo, los pertenecientes al llamado siglo de oro de la poesía española, fueron, sin duda, verdaderos gigantes literarios pues, a 400 años de su partida, siguen siendo leídos y reverenciados.
San Juan De la Cruz, Garcilaso de la Vega Y Fray Luis De León, fueron enormes, sin embargo, los duelos mordaces, burlescos y satíricos, pero sobre todo la agilidad mental para improvisar poemas al vuelo como los que protagonizaron Francisco de Quevedo, Luis de Góngora y Argote, Juan Ruiz de Alarcón y Lope de Vega, en los que el arte de insultar alcanzo dimensiones espectaculares desusadas, resultan verdaderamente excepcionales.
Como se sabe, Juan Ruiz de Alarcón era corcovado y a causa de ese defecto físico Quevedo le dedicó el poema Corcovilla en el que se mofaba por ese motivo de su adversario. “Tanto de corcova atrás/ y adelante, Alarcón, tienes/ que saber es por demás/ si es que te corcovienes / o es que te corcovas”. Burla a la que Alarcón respondió con Patacoja, que aludía a los pies deformes que sufría el madrileño.
“¡Oh Musa!, Dime quien es/ la infamia de cuanto vive, /quien contra todos escribe/ escribiendo con los pies? /y aquel que ofendí, ¿cuál es? /a todo viviente, era, en suma, /con infame lengua y pluma, / a quien nunca el agua moja? /Patacoja”.
Quevedo, como otros poetas de su época, poseía tal facilidad para la improvisación que se ganó la admiración y el reconocimiento de todos, incluido el del propio Rey Felipe IV. Se cuenta que cierto día, por ejemplo, el monarca le pidió al poeta al que había invitado a la Corte que le compusiera un verso al que con gusto accedió el escritor.
Pero deme un pie, le dijo, para componerlo, se refería a que le diera una palabra o alguna frase que sirviera para iniciar la rima, pero como el soberano se acercara, le diera la espalda y le ofreciera una de sus extremidades inferiores, el poeta la tomó con la mano al tiempo que decía: “En semejante postura/ dais a comprender Señor/ que yo soy el herrador/ y Vos… la cabalgadura”, que sin duda fue genial y puso de relieve las razones del prestigio y por la que la gente tanto le aplaudía al trovador.
Se sabe que la enemistad entre Góngora y Quevedo se originó cuando este último empezaba su carrera literaria. Se dice que cuando escribía con el seudónimo de Miguel de Musa, para ganar fama parodiaba la poesía de Góngora y como, además de molestarle, no le agradaba que el novato tratara de obtener reconocimiento a costa su reputación, el nativo de Córdoba decidió defenderse y exhibió a su imitador.
“Musa que sopla y no inspira/ y sabe que es lo traidor/ poner los dedos mejor/ en mi bolsa que en su lira/no es Apolo, que es mentira”. También le dedicó este otro: “Anacronte español, no hay quien os tope, /que no os diga (con mucha cortesía)/ que ya que vuestros pies son de elegía, / que vuestras suavidades son de arrope”.
Y tampoco desaprovechaba ocasión para burlarse de la cojera de Quevedo, al que llamaba Quebebo, por lo borracho, contrahecho al que calificaba de mal helenista. Quevedo nunca se quedaba callado, agresión que recibía, agresión que respondía. Como era antisemita, odiaba a los judíos, aludía en sus versos la enorme nariz de Góngora: “¿Por qué censuras tú la lengua griega/ siendo sólo rabí de la judía, / cosa que tu nariz aún no lo niega?”.
Y aquella otra que decía: “Érase un hombre a una nariz pegado, /érase una nariz superlativa, / érase una nariz sayón y escriba, /érase un peje espada muy barbudo”. Las discrepancias entre Lope de Vega y Góngora también fueron complicadas.
No se podían ver y polemizaban no solamente por razones literarias, también políticas e ideológicas. El primero, además de cultista y de que era considerado adalid del culteranismo, era nacionalista, pregonaba el nacionalismo cultural, y el segundo, en cambio, europeísta, diferencias que dirimían a través de la literatura.
Eran además dos personajes que discrepaban en todos los aspectos, mientras que Góngora era admirado porque era una pers0ona correcta y por ello tenía una pléyade de seguidores, Lope llevaba una vida disoluta de amantes y casas.
Poseía, no obstante, una inteligencia procaz, estudió lenguas clásicas, francés, italiano, filosofía, matemáticas y teología en la Universidad de Alcalá. Sus últimos años, como los de Góngora, también fueron desafortunados pero no a causa de los achaques de la edad, sino de una acusación de conjura, muchos creen que fue falsa, que se le imputó en Venecia, en donde cumplía una misión diplomática y de espionaje que le encomendara el Duque de Osuna, razón por la que fue encarcelado en 1639 en una celda del Convento de San Marcos.
Cuatro años más tarde recuperó la libertad, lamentablemente a consecuencia de las difíciles condiciones de la prisión en la que fue recluido, su salud se había quebrantado, condición que lo obligó a retirarse a la Torre de San Juan Abad y luego a un cuarto del Convento de los Dominicos de Villanueva de los Infantes en donde murió el 8 de septiembre de 1645.
Cuando su fin estaba cerca escribió la que parece que fue su última poesía: “Ya formidable y espantosa suena/ dentro del corazón del tercer día; / y la última hora, negra y fría, / se acerca, de temor y sombras llena”.
Como fuera su última voluntad, los amigos los sepultaron en la parroquia de San Andrés, sin embargo, siglo y medio después sus restos fueron enterrados en una fosa común. A pesar de la cercanía de la muerte, nunca perdió el carácter y buen humor.
Cuando los allegados se preguntaban quién pagaría la música que se tocaría en el entierro, Quevedo tuvo tiempo y fuerza para decir “que la música la paguen los que la escuchen”. Luego cerró los ojos para siempre.
ENROQUE / JOSÉ LUIS HERNÁNDEZ CHÁVEZ
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— Expreso (@ExpresoPress) January 5, 2021